Escribir en público
Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'
25 febrero, 2011 01:00Ignacio Echevarría
Digo que argentino tenía que ser porque la idea entronca de manera bastante patente -aunque sospecho que no deliberada- con el arte de la payada, tan característico del Cono Sur. En la payada, una persona -el payador- improvisa un recitado en rima, acompañado de una guitarra. ¿Se acuerda el lector de Martín Fierro? Pues eso.
En el Martín Fierro, precisamente, tiene lugar una famosa payada con contrapunto entre Martín Fierro y el Moreno: uno y otro replicándose mutuamente, al modo de un duelo dialéctico que (según me informa Wikipedia) está emparentado con el "repentismo" cubano, el "trovo" alpujarreño y un montón de tradiciones parecidas, en todas las latitudes. Así que nada nuevo hay bajo el sol, ya se sabe, y esa parafernalia tan original e innovadora que trata de implantarse en los más modernos circuitos literarios cuenta con precedentes de mucha solera.
No deja de tener su gracia contemplar el asunto desde este punto de vista y reconocer en los escritores que participan en las jams una especie de tecnopayadores, por así decirlo. Hasta me entran ganas, al formularlo así, de acudir yo mismo (¿con poncho?) a una de esas jams, que por otro lado juzgo perfectamente inofensivas. Cada uno se entretiene como quiere, al fin y al cabo. Otra cosa es el esnobismo con que se envuelve la publicidad de este tipo de eventos.
El asunto parece tener un componente más infantiloidamente narcisista que propiamente lúdico, y más promocional que artístico.
De hecho, la mimetización de los recursos y procedimientos de otras artes suele revelar una falta de confianza, de convicción en el arte propio. La revela al menos en este caso, en el que la imitación de las jams entre músicos no parece entrañar la apropiación o la interiorización de sus mecanismos. Bien considerado, el escritor que, con música de fondo, y muy ocasionalmente, improvisa en público ocurrencias y lindezas realiza una actividad que poco o nada tiene que ver con la práctica real de su oficio, sujeto a condiciones, a objetivos, a tensiones que por lo general operan en sentido muy distinto, por no decir contrario, a la indeterminación y a la impulsividad características de una jam. ¿Escritura en vivo? ¿En oposición a qué? ¿A la escritura en conserva?
¿Escritura automática, a la manera de los surrealistas? ¿Escritura espontánea, a la manera de los beatniks? Pero no parece haber mucho de eso...
¿Escritura en público? ¿Pero qué diablos tiene que ver lo que un escritor sea capaz de escribir de esta forma con lo que escribe en la soledad de su mesa de trabajo? En cualquier caso, ¿qué tipo de malentendido invita a pensar que la misma persona sea apta para una cosa y la otra? ¿No sería de esperar lo contrario, que un escritor cabal, tanto más si es novelista, fuese la persona menos adecuada para escribir en público, para mostrarse a sí mismo en el acto de escribir?
"La cámara de nacimiento de la novela es el individuo en soledad", escribió Walter Benjamin. Lo que diferenciaría al novelista moderno de los narradores de antaño vendría a ser, según el mismo Benjamin, el hecho de haberse segregado aquél de su propia comunidad, y de haberlo hecho por virtud de la mediación que, a partir de la invención de la imprenta, permitía el libro y la expansión de la lectura en solitario.
En una época en la que parecen cernirse sobre el libro las expectativas más agoreras, las jams de escritura y otras prácticas afines parecen postular una nueva y saludable relación del escritor con el público. Pero esta relación se modela conforme a las premisas de la sociedad del espectáculo, que sólo concibe al artista subido a un escenario y que tiende a homologar al escritor con un actor o con una estrella de rock. ¿Es eso lo que atrae a los escritores que se brindan a participar en las jams?
No hay que prestar al fenómeno más importancia de la que tiene: la correspondiente a una moda pasajera de alcance muy restringido. Pero no dejan de ser sintomáticas, éstas y otras manifestaciones, del humor y del histrionismo, sí, del cinismo, también, pero sobre todo de la fatuidad a veces bochornosa con que los escritores se muestran dispuestos a escenificar su propia, progresiva irrelevancia.