Ignacio Echevarría
Por muy comprensible que esto sea, la consecuencia de este mecánico proceder es la desactivación de buena parte del revulsivo que entrañan tanto su poesía como su narrativa. Pese al reconocimiento que supuso, el año pasado, el Premio de la Crítica a su libro de poemas Fámulo (Tusquets, 2009), esta condición de "raro", asociada a la singularidad de su propuesta, ha hecho que, salvo excepciones contadas (entre ellas, la puntual reseña que Ricardo Senabre le dedicó en este mismo suplemento), la atención dispensada a Familias como la mía, que Tusquets publicó a comienzos de este mismo año, haya sido escasa y más bien tibia. Los "raros", ya se sabe, reclaman una atención marginal. Las perplejidades que el libro suscita se resuelven adscribiéndolo a esa categoría tan socorrida. Por si fuera poco, Familias como la mía se ofrece bajo la forma de una "autobiografía dulcificada", lo que da ocasión a refrescar la consabida leyenda de su autor. Y es así como se viene restando impacto a la importancia de un libro que, leído sin estas anteojeras, estaría llamado a provocar, en esa susurrante sala de espera en que a momentos parece haberse convertido la narrativa española, el efecto de un portazo, producido por la entrada en ella de alguien cuya rareza principal es haberse desentendido distraídamente de lo que se conoce por vida literaria.
Muy pocos libros, entre los que sin cesar se publican por estos lares, reúnen elementos de tanto interés como los que contiene este portentoso díptico novelístico, que juega en las fronteras mismas del género, optando atrevidamente por estrategias narrativas que otros exploran con bastante menos fortuna y mucho más ruido.
Ferrer Lerín plantea un modelo de autoficción que suscita toda suerte de equívocos. Lo hace mediante un híbrido de memorias y diario cuyos sucesivos capítulos alcanzan una relativa autonomía. Así ocurre ya en la primera parte del libro (Níquel), y de manera mucho más radical en la segunda (Nora Peb), que se ofrece directamente como un "depósito de argumentos y personajes", como un "almacén de vocablos, expresiones y atmósferas".
Ferrer Lerín confía a las subtramas del relato la capacidad de hilvanar unos episodios que así se permite narrar con un ritmo y una libertad sorprendentes. En cuanto al trasfondo histórico de la acción, que va de los años sesenta hasta casi el presente, propone una lectura cáusticamente desmitificadora de la tan celebrada Transición, convertida entretanto en el sustrato épico y moral del que se nutren, cariacontecidos, los narradores de mediana edad. Sobre ella arroja este libro, como sin quererlo, la sospecha de haber sido instruida -y en no escasa medida mangoneada- por los servicios de inteligencia norteamericanos, de los que se insinúa que algo habrían tenido que ver con el atentado a Carrero Blanco y con el empuje que a partir de entonces cobraron los nacionalismos.
Para Ferrer Lerín, "la relación entre la escritura y la política es sumamente estrecha, si es que no es la misma cosa". Y aunque al decir estas palabras se refiera a la política literaria, cabe pensar que aceptaría que se extendieran a otros terrenos, según sugiere el empleo tan gélido y descarnado que hace del humor, del sexo y de la más salvaje violencia.
Confieso que para mí ha sido inevitable asociar la lectura de Familias como la mía con la narrativa más tardía de Roberto Bolaño, con la que ofrece interesantes concomitancias, todas tangenciales pero significativas (y si no, léase el capítulo titulado "La Bête de Gévaudan"). Pienso, por otro lado, que éste es el tipo de novela que, a su manera, le hubiera encantado escribir a un autor como Francisco Casavella (el Casavella de Un enano español se suicida en Las Vegas). Como sea, Familias como la mía es más que un libro insólito e inesperado: es una de las muy pocas novedades de la narrativa española que justifican ser calificadas de esta forma.
Mucho, muchísimo más que una rareza.