Miguel Delibes



Hace ya mucho, en una de las primeras columnas de esta sección, sugerí que en la cultura española se halla vacante el puesto de "escritor nacional", y que quizá valiese la pena reflexionar algún día sobre las razones de que sea así. Esta es la hora en que -con la parsimonia que inspira atender propósitos gratuitos y en absoluto urgentes- me resuelvo a hacerlo. A ver.



Tratemos de no enredarnos en la definición de qué cosa sea un "escritor nacional". Atengámonos a la vaguedad que flota alrededor de este concepto, asociado a un tipo de escritor que se juzga representativo de un determinado país por virtud tanto de la atención que en su obra reciben los problemas y las circunstancias comunes a la mayoría de los ciudadanos como de la forma en que en ella aparecen caracterizados los rasgos que se juzgan más específicos de la comunidad.



Sí, ya sé que, dicho así, suena a materia anticuada, más propia de naciones pujantes o reivindicadoras que de estados modernos. No es casualidad que la figura del escritor nacional sea postulada en las naciones pequeñas o desplazadas, que lo reivindican como seña de su identidad y de sus particularidades. Baste pensar en determinados países latinoamericanos. O, más cerca aún, en las nacionalidades peninsulares, en las que, lejos de permanecer vacante, el puesto de escritor nacional aparece, al menos de puertas afuera, bien perfilado. Así, Bernardo Atxaga en lo que toca a la cultura vasca. Así también, aunque no tan nítidamente, Manuel Rivas en lo que toca a la gallega. Me estoy refiriendo a escritores en activo, pues casi todas las literaturas cuentan dentro de su propia tradición con uno o varios escritores que les sirven de emblema. Por lo que a la cultura española respecta, puede que Miguel Delibes haya sido el último escritor nacional, en un sentido no demasiado acusado pero sí lo suficientemente amplio como para procurarle este título, que también podría haber reclamado, a su bronca manera, Camilo José Cela. Después de ellos no hay ningún escritor que los releve en el puesto, por grande que sea su popularidad.



¿Arturo Pérez Reverte? Se esfuerza como ninguno, pero nadie piensa seriamente que este país tenga nada que ver con esos entretenidos cromos históricos. ¿Almudena Grandes? Haber emprendido unos "nuevos episodios nacionales" -en la huella del que para España es, después de Cervantes y quizá Lope, el escritor nacional por excelencia: Benito Pérez Galdós- supone por su parte una importante apuesta para convertirse en nuestra primera "escritora nacional", pero al pie derecho de este país le calza mal el sentimentalismo de izquierdas que esta autora profesa, y por ahí cojea la cosa. Cualquiera sea su ideología, la obra del escritor nacional debe ser asumida, por unos y otros, au dessus de la mêlée, lo cual deja fuera de juego otros varios nombres. Quien más cerca ha estado de ocupar el puesto de escritor nacional quizá sea Antonio Muñoz Molina, pero sus devaneos cosmopolitas y cierta indecisión respecto a sus propias ambiciones lo han ido apartando de conseguirlo.



La nómina restante de novelistas españoles que gozan del relieve y la popularidad imprescindibles para ser escritor nacional se apartan con más o menos deliberación del paradigma implícito en esta categoría. Lo cual admite ser asociado a la incomodidad que el adjetivo "nacional" provoca cuando se introduce en el pantanoso campo semántico de la palabra España. Pero indica también un cierto desentendimiento de lo que otrora se juzgó como una de las funciones más meritorias del novelista: interpretar y no sólo ilustrar la realidad que le es propia, y hacerlo en un orden de reflexión que comprende no sólo al individuo sino también a la sociedad que lo contiene, de la que el escritor nacional ofrece un retrato reconocible para la colectividad, por crítico que sea.



Günter Grass en Alemania, Philip Roth en Estados Unidos, Ismael Kadaré en Albania o Carlos Fuentes en México son modalidades aún vigentes pero ya crepusculares de escritor nacional, un puesto que permanece vacante en muchos países, y no sólo España. La internacionalización de la literatura y la supuesta globalización cultural explican en buena medida que así sea. Pero conviene preguntarse -de nuevo preguntarse- hasta qué punto la ausencia de esa figura, la del escritor nacional, no delata la decadencia de una noción previa, la de cultura nacional (en el vidrioso sentido que George Orwell le atribuye en su polémico ensayo El león y el unicornio, de 1940), y si ello no conlleva una pérdida acaso lamentable.