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Mínima molestia

Museos

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

13 mayo, 2011 02:00

Ignacio Echevarría


Hace dos semanas, en la sección de Arte de este suplemento, se publicó un reportaje de Bea Espejo sobre los museos y su público, sobre el papel de este último, sobre la dependencia creciente que los grandes museos tienen de los índices de asistencia.

"¿Popular es sinónimo de éxito?", rezaba el titular del reportaje, en el que se recogían declaraciones de los directores de seis museos españoles. En las de Bartomeu Marí, director del MACBA, me llamó la atención el empleo del término "usuarios" en lugar de "visitantes". Lo mismo Manuel Borja-Villel, director de Reina Sofía, que decía: "Nos interesa fidelizar público pero no como consumidores, sino como usuarios".

¿Consumidores? También este término, asociado a la contemplación de obras de arte, suscita extrañeza y aprensión. Las suscita, en general, la tendencia cada vez más acusada a emplear, cuando se habla de cultura, terminología propia del lenguaje comercial. Pero, bien considerado, resulta adecuado, en relación a los museos, hablar intencionadamente de usuarios, por cuanto sugiere una relación común y relativamente asidua del visitante con el museo en cuestión, al que acudiría no sólo con motivo de convocatorias especiales sino también, más frecuentemente, para volver a contemplar las obras preferidas, descubrir o redescubrir otras, establecer asociaciones imprevistas por virtud de recorridos diferentes, premeditados o azarosos.

Esta relación usuaria que con el museo mantenía antes un pequeño sector de la población que lo rodeaba (a cuyo número se añadía la afluencia de visitantes ocasionales) se ha visto seriamente dañada de un tiempo a esta parte por las nuevas políticas museísticas, empeñadas -por necesidad, sin duda, pero también por vanidad- en atraer tanto a las grandes masas de turistas como a ciudadanos que, aunque profanos en materia de arte, son susceptibles de movilizarse gracias a los reclamos de la publicidad y del periodismo cultural.

La consecuencia de ello suele ser el colapso del museo: la formación de largas y disuasorias colas, turnos a largo plazo y, muchas veces, la imposibilidad de visitar no sólo la exposición temporal que se deseaba ver, sino también las salas permanentes, abarrotadas de curiosos que, ya puestos, y casi por el mismo precio, se pasean por ellas.

En el reportaje aludido, los directores consultados se mostraban más o menos críticos con esas políticas, que sin embargo algunos de ellos -como Miguel Zugaza, del Museo del Prado, o Guillermo Solana, del Museo Thyssen- parecen suscribir abiertamente. En sus argumentos trasluce la difícil encrucijada en que se halla hoy la institución museística, sometida -como el arte mismo, y como en general la cultura toda- a presiones de muy distinto signo, muchas veces contradictorias.

La jactancia con que Zugaza, por ejemplo, se refiere a cómo la sociedad "ha empezado a frecuentar asiduamente el Museo del Prado en las últimas décadas", se aviene mal con la constatación que por su parte hace Guillermo Solana cuando dice que "lo que funciona para el público son muy pocas cosas y siempre las mismas".

Prueba de esto último es la baza segura que supone exhibir pintura impresionista. Récord de taquilla 2010 para el Thyssen: Monet y la abstracción (176.460 visitas); récord para el Prado: Pasión por Renoir (369.527 visitas); récord para la Fundación Mapfre: Impresionismo: un nuevo renacimiento (327.000 visitas). ¡Las tres exposiciones en Madrid y en 2010!

En una de las entrevistas que concedió durante su reciente paso por Madrid, el veterano director del Ermitage de San Petersburgo, Mijaíl Piotrovski, contestaba así a la pregunta "¿Qué es un museo?": "Una institución que se encuentra a medio camino entre Disneylandia y la Iglesia". Y añadía, entre confundido y culposo: "No somos la Iglesia, no somos un lugar sagrado. Pero debemos acercarnos en estos tiempos más a eso porque nos hemos movido demasiado hacia Disneylandia".

Planteado así, no se sabe qué es peor, si el remedio o la enfermedad. A pensar sobre ello se dedicó en días pasados un simposio en el que participé. Lo organizaba en Pamplona la Cátedra Jorge Oteiza (de la Universidad Pública de Navarra), que dirige Francisco Calvo Serraller. Jordi Llovet, László Földényi, el mencionado Bartomeu Marí y Ana Longoni leyeron excelentes ponencias en las que se pusieron de manifiesto, desde perspectivas muy contrastadas, las razones por las que la reflexión en torno al museo se ha convertido en un tema central de la teoría del arte contemporánea. El simposio se titulaba "¿Qué hacer con los museos?".

Al parecer, en esta materia todo son preguntas.

Muy cerca, el Museo Jorge Oteiza, en el admirable edificio diseñado por Sáenz de Oiza, respondía calladamente a algunas.