Ignacio Echevarría



Un amigo muy querido, que está siempre al corriente de estas cosas, me informa del reciente lanzamiento en Estados Unidos de un programa de libros cuya principal novedad es que está conducido por Stoya, una estrella del porno. Stoya's Bookclub, se titula el programa, que se propone "amenizar el mundo del libro de la mano de la bella actriz y sus amigas invitadas" (así lo dice la web Orgasmatrix). La primera de esas amigas fue Kayden Kross, otra pornostar. En YouTube está colgada la conversación que las dos mantienen, sentadas cada una en un sillón, frente a una chimenea. Si no fuera por la minifalda de Stoya, que le permite lucir -con todo recato, eso sí- una espectaculares piernas, se diría que estamos ante un programa de libros más, sujeto fatalmente a la tediosa escenografía que suele destinarse, sobre todo en España, a este tipo de programas. Bueno, por la minifalda y por algún que otro comentario que Stoya dedica al libro que tiene entre manos, como eso de que "es tan bueno que me veo tentada a meterlo en mi coño". A Dios gracias, resiste la tentación, y el programa transcurre del modo más cordial, con una Kayden Kross muy convincente en su papel de chica lista. El libro del que tan contentas hablan las dos amigas es Men, Women & Childrens, la última novela de un tal Chad Kultgen, en la que al parecer explora diversas problemáticas y asechanzas que perturban la vida familiar (el asedio sexual tanto en el trabajo como en la escuela, el pornosurfing casero, etcétera).



Ignoro si en Estados Unidos existen precedentes de una iniciativa como la de este programa, aunque sospecho que sí. Por otro lado, el catastrofismo que cunde en el mundo del libro parece justificar cualquier cosa, con tal de animar el cotarro. Y cualquier cosa, asimismo, parece justificada con tal de eludir la maldición que pesa sobre el mundo del libro en la televisión, donde no parece concebirse para él otro formato que no sea el de unos cuantos tipos soltando pedanterías en imposibles franjas horarias. Stoya's Bookclub propone una divertida parodia de esta manía.



Como sea, la noticia mueve a reflexionar, aunque sea algo peregrinamente, sobre las relaciones entre pornografía y crítica. No, por favor, no sean mal pensados, no me estoy refiriendo ahora a que, traducidas a la terminología sexual, no pocas críticas puedan ser entendidas como glotonas felaciones, y muchas otras descodificadas como si de ceremonias sadomasoquistas se tratara, pues tan aficionados se muestran unos y otros a toda suerte de servidumbres y de sevicias. Yo apuntaba más bien al hecho de que a menudo, como la pornografía, la crítica somete a su objeto a primeros planos y a esquinados encuadres que lo desvirtúan, que en cierto modo sustraen a la lectura el encanto y el placer que se obtiene de su desinhibido ejercicio, no mediatizado por una cámara que lo mecaniza y lo despoja de todo romanticismo.



La comparación podría estirarse sin demasiado esfuerzo en muchos sentidos, hasta reparar en la prosperidad de la que goza en la actualidad el llamado porno amateur, que bien cabe equiparar a la crítica amateur de muchos blogs. Puede que, como la pornografía, la crítica termine por circular en cauces supuestamente marginales que sin embargo abastecen a un buen número de adictos más o menos encubiertos. Y puede que, como ella, preserve, por debajo de su mala fama, y de su con frecuencia hipócrita proscripción, un potencial transgresor y no sólo escandalizador.



Pero no hay por qué ponerse estupendos. Lo que entretanto viene ocurriendo más evidentemente es que, como la pornografía, también la crítica ha sido desustanciada por la publicidad y por ese sucedáneo de la publicidad en que tantas veces se traduce el llamado periodismo cultural. Del mismo modo que la publicidad usa y abusa de las insinuaciones sexuales, del erotismo latente, del porno blando, hasta hacer casi más excitante el spot de una colonia que un corto XXX, así también el lenguaje de la publicidad ha expropiado a la crítica de su lenguaje o, lo que es peor, le ha impuesto el suyo propio, de modo tal que no hay forma de preferir entre el texto de una sobrecubierta , el de la crónica de la presentación de un libro o el del reseñista de turno.



No es extraño, entonces, que los críticos más concienzudos ofrezcan un semblante y unas maneras cada vez más adustos, mientras las pornostars ocupan su lugar.