Ignacio Echevarría
Abro el segundo volumen, que comienza en el año 1957, y enseguida topo, por ejemplo, relativa al debate que un crítico polaco sostiene con sus colegas, con una frase como ésta: "Es necesaria por lo tanto una crítica, y una crítica contundente. Para destruir las buenas maneras, echar la gente de su sitio y obligarles a que se conviertan en lo que son en realidad"...
De pronto me asalta el acuerdo de un pasaje célebre que se encuentra, me parece, unas pocas páginas más adelante, y no resisto la tentación de buscarlo. No tiene nada que ver con la crítica. Corresponde al comienzo del año 1958.
Corre el mes de febrero -verano austral- y Gombrowicz está pasando unos días en Necochea, un balneario argentino a orillas del Océano. Luce una tarde soleada. Gombrowicz ha ido a la playa a echar una siesta, pero sopla un fuerte viento y se protege de él tumbándose entre los arbustos que crecen en las dunas.
Con el rostro a ras de suelo, observa que por la arena "pululan laboriosamente" unos pequeños escarabajos.
"Uno de ellos, justo al alcance de mi mano, yacía patas arriba", cuenta Gombrowicz. "Lo había volcado el viento. El sol le quemaba la panza, lo cual con toda seguridad resultaba excepcionalmente desagradable habida cuenta de que su panza solía quedar siempre a la sombra; yacía agitando las patitas, y estaba claro que no le quedaba nada más que ese monótono y desesperado movimiento de las patitas; ya desfallecía, quizá llevaba así varias horas, ya agonizaba".
Tendiendo la mano, Gombrowicz le dio vuelta, y el escarabajo "se puso en camino inmediatamente, devuelto en un segundo a la vida". Pero apenas lo hubo hecho, reparó Gombrowicz en otro escarabajo que, un poco más lejos, pataleaba en idéntica situación. Sirviéndose esta vez de un palito, procedió a darle la vuelta también a éste. Pero enseguida vio otro más allá, y otro, y otro…
"¿Tenía yo que convertir mi siesta en un servicio de urgencias para escarabajos agonizantes? Pero ya me había familiarizado demasiado con esos escarabajos y con su curiosa e indefensa agitación... y, como comprenderéis, una vez empezado el salvamento, no tenía derecho a detenerme en un punto arbitrario."
Así que Gombrowicz se incorporó y se puso a dar vuelta a todos los escarabajos que, a lo largo de la duna en que se había tumbado, agitaban sus patas de cara al sol.
A todos.
Una vez concluida la tarea, sin embargo, divisa la ladera vecina y distingue en ella nuevos puntos negros correspondientes a más escarabajos a los que el viento ha volcado boca arriba.
Gombrowicz acude en su ayuda, y no tarda en verse a sí mismo corriendo por la arena como un loco "para socorrer, socorrer y socorrer". "Pero sabía que aquello no podía durar eternamente; al fin y al cabo no sólo esa playa, sino toda la costa, hasta donde alcanzaba la vista, estaba llena de escarabajos, de modo que tenía que llegar el momento en que diría 'basta' y tenía que haber un primer escarabajo al que no salvaría. Pero ¿cuál? ¿Cuál? ¿Cuál?"
Al comienzo de su relato, Gombrowicz advierte que, en cierto sentido, nada puede compararse a la repugnancia de este dilema. "Me encontré allí donde nuestra humanidad se ve constreñida a vomitar...", escribe con impostado dramatismo. Y añade: "Puedo atormentarme con ello o no atormentarme, eso de hecho sólo depende de mí".
La ejemplaridad del dilema tan grotescamente planteado, su universalidad, son flagrantes, por mucho que la mayoría de todos nosotros, hipócritas lectores, vengamos regresando de playas en las que afortunadamente no había escarabajos, o no hemos sido capaces de verlos. Suelen quedar tan lejos, casi siempre.
Vuelvo a mi rastreo inicial. ¿Qué era lo que andaba buscando? Ah, sí, los pasajes de su Diario en que Gombrowicz habla de la crítica y de los críticos, eso era.
Pero ahora también a éstos los veo, y a todos nosotros -lectores siempre precarios-, como tipos que contemplan abrumados las dunas.
¿Cuál?
Eso, ¿cuál?