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Mínima molestia

Mirra

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

16 septiembre, 2011 02:00

Ignacio Echevarría


Muy enfadado, el padre le dice a la niña que ni piense en salir de su habitación hasta que deje la mesa completamente ordenada y limpia. "¡Como una patena!", añade, tronante. La niña intercambia con su hermana una mirada de cómplice extrañeza. Las dos alzan las cejas y, pese al peligro de la situación, no pueden reprimir un amago de sonrisa entre ellas. El padre, suspicaz, pregunta de qué se ríen. Pero antes de que ellas, intimidadas, se decidan a responderle, adivina el motivo: "¿No sabéis lo que es una patena?". Y entonces es él mismo quien se empieza a reír, recordando todas las veces que ha empleado esta expresión con ellas.

Años atrás, cuando la telefonía móvil aún daba sus primeros pasos, la campaña navideña de no sé qué compañía lanzó un anuncio televisivo muy gracioso. Quizá lo recuerden. Portal de Belén. José, María y el Niño reciben la visita de los Reyes Magos, que les van haciendo entrega de los obsequios de rigor: oro, incienso y... En éstas, María recibe una caja, la abre y saca de ella un celular. "¿Y esto?", pregunta, atónita. A lo que el rey mago le replica, con cara de escurrir el bulto: "¿Y la mirra? ¿Qué es la mirra?".

Eso, ¿qué es la mirra?

Juan José Millás tenía la divertida costumbre de, siempre que empleaba en una de sus columnas una de esas palabras o expresiones que todos usamos sin saber con precisión lo que significan, hacerlo constar con cómica perplejidad. Así, por ejemplo, en el calor de una argumentación, daba comienzo a una frase con las palabras: "Cruel tesitura...", y enseguida añadía entre paréntesis: "(qué rayos querrá decir tesitura)", para continuar: "...la de verse obligado a elegir entre...", etcétera.

La lengua común está llena de palabras y expresiones fósiles, que todos empleamos aun cuando cada vez menos conocemos su significado preciso, que nos pondría en un aprieto tener que definir fuera de contexto. Ocurre en todos los niveles del idioma, tanto en el hablado como en el escrito. Y ocurre de modo cada vez más notorio, dado que el número de las palabras usadas así, de oído, aumenta conforme mengua el vocabulario que maneja con propiedad la mayor parte de la población.

En Crítica y verdad, Roland Barthes cita un curioso pasaje de la Géographie de Étienne Baron donde éste cuenta que "entre los papúes el lenguaje es muy pobre; cada tribu tiene su lengua, y su vocabulario empobrece sin cesar porque, después de cada deceso, se suprimen algunas palabras en señal de duelo".

Con independencia de que sea cierto o no -vaya uno a saber-, el dato es asombroso. Y admite ser proyectado sobre nuestra propia experiencia de la lengua. Pues, de algún modo, no deja de ocurrir que, en efecto, la muerte de una determinada persona suponga para nosotros la desaparición de ciertas palabras muy características de su propia forma de hablar, que a nadie más volveremos oír emplear. Es fácil percatarse de ello cuando se trata de personas mayores, en cuyo habla quedaban vestigios de otra cultura, de otros tiempos.

Sólo que, a diferencia de los papúes, entre nosotros esas palabras no se suprimen, simplemente sobreviven de manera más o menos fantasmal, la mayor parte de ellas en los diccionarios, pero otras en boca de quienes las emplean sin demasiado tino.

Barthes hablaba medio siglo atrás de una lengua -la francesa- repleta de palabras "embalsamadas" que apenas dejan lugar a "los sentidos nuevos que acuden al mundo de las ideas". Y echaba la culpa de ello al excesivo respeto que se profesa a la forma en que esa lengua quedó fijada por los grandes escritores ya muertos.

Cuesta pensar que siga siendo así, ni en Francia ni fuera de ella. Pero sin entrar en esta discusión cabe preguntarse hasta qué punto no viene ocurriendo algo parecido con muchos de esos grandes escritores a los que Barthes alude. Alrededor de ellos corren un puñado de lugares comunes que nadie, ni siquiera quienes los traen a colación, se toma la molestia de certificar, porque ya nadie, en realidad, se toma el trabajo de leerlos. Citados sus nombres por unos y otros, viven una posteridad que entretanto va siendo la única probable: la de aquellos cuyos nombres flotan como pecios en lo que se puede considerar la "cultura general" de una época. Aun cuando fácilmente pueda ocurrir que llegue el día en que vaya uno y pregunte de quién rayos estamos hablando.

Eso, qué es la mirra.