Ignacio Echevarría



Se habla mucho últimamente de la crítica literaria. Yo diría que más de la cuenta. Resulta mosqueante. Es un indicio inequívoco de que no le van bien las cosas. La crítica debería dar que hablar por sus actuaciones. Cuando se habla de ella genéricamente, reflexionando a coro sobre su estado, su función, sus limitaciones, las amenazas que se ciernen sobre ella, los retos que le corresponde afrontar y bla bla bla, mal asunto. No es sólo que se repitan hasta la saciedad los tópicos de siempre. Es que, por si fuera poco, se blanden con cada vez más condescendencia; como quien, junto al lecho de un moribundo, musita los reproches de toda la vida añadiendo, eso sí, que pese a todo era un buen tipo, y vamos a echarlo en falta.



No, no. Sobre la crítica habría que hablar poco menos que a cajas destempladas, como venía ocurriendo hasta hace poco. E insisto: no tanto de la crítica como de las críticas y de los críticos, única manera de entenderse.



Eso es lo que hace Jack Green en un librito que está a punto de salir estos días, editado por Alpha Decay. Me refiero a ¡Despidan a esos desgraciados!, cuyo título (Fire the bastards!, en inglés) deja pocas dudas acerca de sus intenciones. El texto original de ¡Despidan a esos desgraciados! fue publicado por entregas en tres números sucesivos del fanzine Newspaper (que el mismo Green editaba) correspondientes al año 1962. Su propósito no era otro que salir al paso, varios años después, de todas y cada una de las críticas que recibió, cuando su aparición, la novela Los reconocimientos (1955), de William Gaddis (publicada en español por Alfaguara en 1987).



Jack Green es el pseudónimo de Christopher Carlisle Reid (1928), un tipo fanatizado por la lectura del monumental libro de Gaddis, que leyó -importa subrayarlo- a consecuencia de una mala reseña, y que no dudó en proclamar como una de las más grandes novelas de todos los tiempos, atribuyendo su escasa fortuna al mal trabajo de los críticos que en su día se ocuparon de ella.



Indignado con las reseñas que el libro recibió, Green procede a examinarlas una por una, cincuenta y cinco en total, poniendo en evidencia sus triquiñuelas, sus pifias, sus plagios, la pobreza tanto de sus métodos como de su retórica, su ceguera, la chapucería que caracteriza a la mayor parte de ellas. El resultado es un auténtico memorial de agravios escrito con un saña demoledora, con una intención verdaderamente dañina, por mucho que a veces resulte, en su misma violencia, risible.



¡Despidan a esos desgraciados! tardó treinta años en ser publicado en forma de libro. Para entonces ya se había convertido e poco menos que un texto de culto, un hito de la contracultura, "uno de los documentos más desopilantes y esclarecedores sobre las relaciones peligrosas entre alta literatura y bajo periodismo cultural", como escribe Rodrigo Fresán.



Se podría objetar a Jack Green el apriorismo que le sirve de punto de partida (Los reconocimientos es una obra maestra y quienes no lo supieron ver así son unos mentecatos), se podría ironizar acerca de su minuciosa agresividad, de carácter obsesivo, casi paranoide. Resulta bastante fácil, por otro lado, encontrar atenuantes para la actuación de un buen número de gacetilleros y comentaristas de oficio, muchos de ellos probablemente mal remunerados, que debieron de enfrentarse con las prisas y con las rutinas de siempre a un complejo mamotreto de cerca de mil páginas.



Así y todo, la diatriba de Green, además de catalizar la siempre latente animosidad que despiertan los críticos, constituye una excelente plataforma para reflexionar sobre las condiciones cada vez más precarias en que desarrollan su actividad y los vicios que se le han ido adhiriendo. Vicios que no son consecuencia únicamente de la mayor o menor incompetencia de unos y otros, sino también de los pervertidos mecanismos de la industria cultural, a cuyos intereses la mayor parte de los críticos sirven obedientemente.



En España, la actitud e incluso los ademanes de Green han sido replicados con saludable voluntad de interpelación pero con mucha menos mordiente -debido tanto a la indiscriminada amplitud de sus ataques como a la desalentadora cortedad de sus recursos- por Víctor Moreno, autor de varios libros sobre la materia. Ninguno de ellos tiene la contundencia polémica y asesina del de Green, que a pesar de venir de tan lejos y de tanto tiempo atrás mantiene casi intacta su dinamita, lo cual da que pensar.