Ignacio Echevarría
En una línea semejante se pronuncian algunos de quienes en la Red comentan el Top-Ten de Borja-Villel, a menudo confundidos acerca de su propósito, que es escoger -como Juan Palomo se ocupa de precisar- "los diez acontecimientos culturales más destacables del 2011", y no, como tantos piensan, las mejores exposiciones de ese año. Difícilmente podía ser esto último cuando en la lista figuran, aparte de la ocupación de la Plaza del Sol, al menos tres publicaciones impresas y una película. Pese a lo cual, en uno de los artículos más replicados en la Red, "El Reina y el 15-M", David G. Torres se refiere a la de Borja-Vilell como una lista de sus "exposiciones favoritas del 2011" (!). Torres es otro de los que manifiestan reticencias ante la inclusión del 15-M en la lista de Borja-Villel. Le parece que la operación de calificar de artístico un movimiento sustancialmente político supone vaciarlo de su contenido, y piensa que se trata de una operación "como mínimo perversa", que en el caso de Borja-Villel "corre el peligro de ser demagógica" si no la pretende "aplicar a conciencia en el propio museo" (!). Pero ocurre que Borja-Villel no emplea en absoluto ese calificativo, y que en el breve texto con que en Artforum justifica su elección se limita a apreciar el modo en que los indignados "propusieron nuevas formas de institucionalidad y replantearon la tradicional división entre privado y público, promoviendo en su lugar la noción de lo común".
Precisamente esta noción alternativa de "lo común" es clave en la orientación que Borja-Villel y su equipo vienen dando al Reina Sofía. Aquél reflexiona sobre ella en el editorial del número 2 de Carta (primavera-verano 2011), la revista de "pensamiento y debate" que desde hace un par de años publica el centro. Leer ese editorial, y ya de paso algunos de los artículos que en el mismo número se dedican a la cuestión, puede contribuir a despejar las dudas de quienes, como Juan Palomo, se preguntan con alguna alarma si Borja-Villel es "partidario de una estructura horizontal" en la política del Reina Sofía; y a satisfacer las pretensiones de quienes, como David G. Torres, recomiendan que, para ser coherente con la valoración que hace del 15-M, Borja-Villel abra su museo "a la discusión pública y la colaboración con todos los que tengan ánimo de participar".
En cualquier caso, no deja de ser natural que el hecho de considerar el movimiento 15-M como un acontecimiento cultural mueva a extrañeza en un país en el que, durante las tres últimas décadas, se ha promovido un concepto de cultura muy restringido, concienzudamente despolitizado, enmascarador de todo tipo de tensiones, animado por un espíritu ecuménico y festivo que pretende obviar su sometimiento a las lógicas del mercado y del patrocinio interesado. Me refiero a eso que Guillem Martínez ha caracterizado como Cultura de la Transición, y que desde hace mucho viene impugnando.
Martínez se cuenta entre quienes han saludado el 15-M como primer indicio de reacción colectiva al modelo cultural de la CT, como él la llama. También desde su punto de vista el 15-M es un acontecimiento cultural de enorme relevancia, cuyas consecuencias apenas están despuntando. ¿El espíritu del 15-M impregnará el centro que dirige Borja-Villel?, se preguntaba Juan Palomo con ironía. Yo diría que ya venía impregnándolo por anticipado, y que cabe confiar en que siga haciéndolo en la medida en que, más allá de su dimensión política, consiga afianzarse como vanguardia cultural, en su más amplio sentido.