Ignacio Echevarría



Hace ya mucho discurrí, desde este mismo lugar, sobre la tendencia creciente, palpable en muchas de las novelas, relatos y poemas que se escriben en la actualidad, a confeccionar listas e inventarios. Me preguntaba yo si listas e inventarios no constituirían la forma en que se expresa la condición crepuscular de una cultura impelida a preservar unos bienes que sabe irremisiblemente condenados a la destrucción y al olvido.



Juzgo oportuno ligar esta consideración a la común "cualidad archivística" que Orhan Pamuk atribuye tanto a los museos como a las novelas. Lo hace, como veíamos la semana pasada, en El novelista ingenuo y el sentimental (Mondadori). Pamuk nos cuenta allí cómo, a la luz de muchos de los comentarios que recibe por parte de los lectores, a menudo se siente menos "como un novelista creativo que elabora historias de la nada gracias a su imaginación" que "como un cronista que se limita a dejar constancia de la vida que compartimos como comunidad, con todas sus expresiones, imágenes y objetos".



Puede que una dicotomía de este tipo esté resonando en el debate sobre los límites entre realidad y ficción que hoy acapara buena parte de la reflexión teórica en torno a la narrativa. En cualquier caso, a esa tarea de "dejar constancia" estaría ligada, en el caso de las novelas, la "cualidad archivística" de la que habla Pamuk.



En el ámbito de las artes plásticas, la idea de archivo y las prácticas asociadas a este concepto constituyen el correlato de esas listas e inventarios que abundan cada vez más en las novelas. De hecho, cabe entender el archivo como la materialización de esas listas e inventarios, y establecer una correspondencia entre el valor que en los dos casos tiene su empleo.



A su vez, la noción de archivo atraviesa polémicamente la concepción tradicional del museo. Se oye invocar, en referencia a los museos, esa "cualidad archivística" a la que vengo dando vueltas, y de ello se desprende una perspectiva a veces demasiado conservadora de la función que les corresponde. La noción de archivo, sin embargo, queda lejos de la neutralidad que automáticamente suele atribuírsele. De hecho, su interés radica, en buena medida, en el potencial subversivo que todo documento conserva a la hora de postular una narración distinta de la hegemónica, a la hora de preservar una memoria que de otro modo quedaría aplastada por el rodillo de la Historia.



Resulta inevitable recordar aquí las Tesis de filosofía de la Historia de Walter Benjamin, en las que dejó escrito aquello de que "no existe documento de cultura que no sea a la vez documento de barbarie". Por muy manidas que estén, nunca está de más traerlas a colación a la hora de reflexionar sobre la dimensión política que todo archivo, deliberadamente o no, posee.



Escribe allí Benjamin: "Quienquiera que haya conducido la victoria hasta la actualidad, participa en el cortejo triunfal en el cual los dominadores de hoy pasan sobre aquellos que hoy yacen en tierra. La presa, como ha sido siempre costumbre, es arrastrada en el triunfo. Se la denomina con la expresión: patrimonio cultural". Palabras algo altisonantes, sin duda, pero que conviene tener presentes cuando tantos se llenan la boca precisamente con esa expresión, la de "patrimonio cultural", a cuyo amparo ha solido concebirse la idea moderna de museo.



Postular el museo como archivo antes que como patrimonio implica, por un lado, ampliar sus contenidos más allá de ese "cortejo triunfal" del que Benjamin habla, y dar cabida a documentos que acrediten la existencia de aquellos "que hoy yacen en tierra", o a los que amenaza ese destino. "La obra de arte nos protegía en otro tiempo de la dictadura total del presente", escribió Botho Strauss. Pero se trata de que también nos proteja de la dictadura del pasado que no sólo ha engendrado este presente sino que además lo legitima.



Es desde este punto de vista que el archivo revela su necesidad y se brinda como instrumento de transformación política. Pues, al tiempo que extiende los alcances de lo que entendemos por "patrimonio cultural", se constituye en semillero de narraciones alternativas.



La "cualidad archivística" de museos y novelas cobra todo su valor solamente cuando su acopio de documentos y testimonios, además de resistirse a "la dictadura total del presente", propicia nuevos relatos que contribuyen a modificar nuestra forma de habitarlo. Nada más lejos de la actitud melancólica y resignada con que tantos artistas y escritores asumen la tarea de "dejar constancia".