Ignacio Echevarría
Ferrater fue, como Roberto Bazlen -de quien hablábamos el otro día-, un lector políglota e insaciable, dotado de un criterio muy personal, riguroso y versátil al mismo tiempo. Dotado también de una ironía contundente y eficacísima. Durante unos pocos años -concretamente, de 1961 a 1964-, Bazlen y Ferrater coincidieron en la tarea de informar sobre los más variados libros a destacados editores europeos, y resulta de lo más entretenido, además de aleccionador, sondear los ocasionales acordes y simetrías que cabe detectar entre los gustos y las opiniones de uno y de otro. De hecho, apenas se da ninguna coincidencia entre los autores y títulos sobre los que informa cada uno, pero en los dos casos sobrevuela un mismo espíritu cosmopolita, desprejuiciado, atento, culto, apasionado, humorístico, irreverente, impregnado de curiosidad y, sobre todo, de sinceridad. Supongo -pero quizá me equivoque- que Bazlen y Ferrater nunca llegaron a coincidir, y probablemente nada supieran el uno del otro (se llevaban veinte años). Pese a lo cual, intuye uno que, de haberse brindado la ocasión, hubieran hecho muy buenas migas.
Como sea, sobre lo que aquí se quiere llamar la atención es sobre el tipo de juicio a que da lugar el género del informe; y más que eso: sobre el estilo que ese juicio tiende a adoptar, al menos en los dos modelos -paradigmáticos, sin duda- a que me vengo refiriendo.
Veamos antes, a modo de ilustración, y para común esparcimiento, el modo en que Bazlen concluye su informe sobre El mariscal y la dama (1954), novela del escritor alemán Kasimir Edschmid. Leamos estas palabras como si Edschmid, pobre, fuera cualquiera (bueno, cualquiera no) de nuestros escritores actuales, en particular los españoles, tantos de ellos empeñados en escribir novelas históricas o pseudohistóricas, aprovechándose de la bonanza de que goza este género. Escribe Bazlen (en carta dirigida a Luciano Foà, de Einaudi): "Del argumento te puedo decir poco: leí tres o cuatro veces el primer capítulo; es una novela sobre Bolívar, en parte narrada en tercera persona, en parte en primera (diarios íntimos ficticios). Luego, entre ayer y hoy, leí unas cien páginas, saltándome algunas. Guión: habilísimo. Diálogos: convencionales pero no indecorosos. Dirección: excelente trabajo. Intérpretes: buena escuela, sin talentos sobresalientes. Vestuario: plausible. Maquillaje: no se notan enseguida las barbas postizas. Fotografía: Cinerama, encuadre perfecto en los márgenes, los objetos sólo aparecen descoloridos en el centro. Técnico de color: bueno (Agfacolor). Sonidista: discreto. Perfumista: excesivo. Asesor histórico: de primer orden. Rasgos particulares: ninguno".
En otra ocasión dije (fue con motivo de reseñar, cuando su aparición, el libro de Ferrater) que el de los informes de lectura es, en relación a la crítica literaria, un género fronterizo, sometido a una particular legalidad. Creo -como ya sugería en mi anterior columna- que es buen momento para explorar esa legalidad y arrancar de ella algunas enseñanzas, susceptibles de ser proyectadas polémica pero constructivamente sobre los nuevos espacios que a la crítica se le han abierto en los últimos años, conforme se le van cerrando otros muchos. Para eso conviene, antes que nada, destacar algunos rasgos que esta legalidad -determinada por la confidencialidad a la que ya hemos hecho referencia- propicia, a saber: la bien establecida complicidad entre el emisor y el destinatario del informe; la desinhibición, es decir, la exhibición de la propia personalidad, favorecida por la relativa impunidad de sus consecuencias; en relación a esto último, el fundamento indisimuladamente idiosincrásico de los juicios que se realizan, su sesgo especulativo pero no necesariamente concluyente; y, consecuente con todo ello, la relajación del principio de autoridad, que obra en favor de la desenvoltura y del atrevimiento con que dichos juicios se formulan.
La enumeración de estos rasgos remite casi automáticamente a los que suelen atribuirse a las nuevas modalidades de la crítica. Pero eso mismo es lo que me propongo contrastar. Espérense un poco, hagan el favor.