Ignacio Echevarría



Desde que los descubrí, bastante tardíamente, y de forma más bien accidental, los libros de Iris Murdoch (1919-1999) han constituido para mí una provisión impagable de diversión, de dicha, de conocimiento moral. He leído todos los que he sido capaz de conseguir, y los he recomendado con fervor a cuantos han querido oírme. Puedo jactarme de haber reclutado un buen número de adictos a esta autora, a la que por estos pagos profesan admiración escritores de tan diverso palo como Álvaro Pombo, Rodrigo Fresán y Gonzalo Torné.



Comprenderán, pues, lo contento que me he puesto al enterarme de que la editorial Impedimenta acaba de publicar Henry y Cato (1976), una de las buenas-buenas novelas de Murdoch, y que la misma editorial tiene prevista la publicación de varias más. Henry y Cato ya había sido publicada por Alfaguara en 1981, en la misma traducción de Luis Lasse que ahora recupera Impedimenta. De hecho, hay un montón de editoriales españolas que han publicado novelas de Iris Murdoch en décadas pasadas. Fresán ha contado nada menos que dieciséis, más otras dos argentinas. Un dato indicativo, por un lado, de lo prolífica que fue esta escritora (a pesar de que su trayectoria como novelista arrancó cuando ya tenía 35 años de edad). Pero indicativo también de que, por razones para mí incomprensibles, su fortuna en lengua española nunca ha llegado a cuajar.



En una de estas columnas, publicada hará cerca de un año, puse a Iris Murdoch como ejemplo de autora editorialmente gafada. Hay otros muchos, pero el de Iris Murdoch es, por lo que ven, el que más me exaspera. Aludía en esa columna al lanzamiento relativamente reciente (2003), por parte de la editorial Lumen, de una Biblioteca Iris Murdoch que embarrancó al cuarto título, pese a haber recuperado novelas tan prodigiosas, tan infinitamente graciosas y edificantes, como El mar, el mar y El príncipe negro. Poco antes, también la editorial Alianza desistió de seguir editando más novelas de esta autora, después de haber publicado El castillo de arena y La campana (y los conmovedores libros sobre Iris de su marido, John Bayley). Y antes aún, otras muchas editoriales de conformaron con publicar una sola, como máximo dos, sin perseverar en una apuesta que, al parecer, nunca ha dado los réditos que esperaban quienes tenían a la vista la enorme popularidad y el prestigio de que gozaba "la mujer más brillante de Inglaterra".



Trato de buscar explicaciones para este desencuentro entre una escritora portentosa y un público que se diría no sólo bien predispuesto, sino ávido de degustar novelas tan endiabladamente entretenidas y carcajeantes, tan llenas de imaginación y de sabiduría. Repaso las ediciones españolas y argentinas, y -salvo contadas excepciones- me enfrento a un deprimente repertorio de cubiertas desastrosas, de disuasorias fotografías de la autora, de extravagantes paratextos, de demenciales noticias biográficas en las que, con enigmática insistencia, se informa de que, al terminar sus estudios, Murdoch trabajó en Hacienda como funcionaria, y luego -glups- en la UNRRA (cualquiera cosa que ello sea).



¿Será posible tanta y tan machacona ineptitud? Y así y todo, yo por mi parte hubiera jurado que el encanto de los libros de Murdoch sería capaz de atravesar todos los obstáculos.



Henry y Cato ha sido, en lo que cabe, una novela afortunada. La edición de Alfaguara, en el antiguo y ya clásico diseño de Enric Satué, era impecable (qué buenas solapas se escribían en aquella editorial). Lo es también la nueva edición de Impedimenta, que lleva en la sobrecubierta una resultona acuarela de Caroline Johnson.



¿Serán los vientos favorables a Iris Murdoch esta vez? En caso afirmativo, sería una buena noticia, pues de ello se derivaría la posibilidad de acceder en el futuro a más de media docena novelas de esta escritora que permanecen aún inéditas en castellano.



Hablando de Pasaje a la India, de E.M. Forster, Jorge Luis Borges escribió: "Sé de lectores muy austeros que han dicho que nadie les convencerá de la importancia de un libro tan ameno". Algo parecido parece ocurrir con las novelas de Iris Murdoch, escritora que ocupa en el canon de la literatura inglesa una posición tan desplazada como la de Forster.



Harold Bloom la incluyó entre las "cien mentes creativas y ejemplares" sobre las que discurrió en su libro titulado Genios (Anagrama, 2005). "¿Acaso hay algún novelista inglés vivo que posea la exuberancia y el pulso narrativo que tiene Murdoch?", se pregunta allí Bloom.



La respuesta es categórica: no.