Ignacio Echevarría



En una de estas columnas, hace ya un par de meses, aludí pasajeramente a unas declaraciones de Antonio Muñoz Molina realizadas con motivo del lanzamiento de su último libro, Todo lo que era sólido (Seix Barral). Lamentándose de lo ocurrido estos últimos años en la vida pública española, y en referencia al comportamiento de los llamados intelectuales, decía Muñoz Molina, con talante provocador, "que el único intelectual comprometido que había en España en 2007 era El Roto".



La afirmación no tardó en ser contestada severamente por Javier Marías, en una columna titulada "En los años de la distracción", del pasado 10 de marzo. "Le rogaría [a Muñoz Molina] que mirara un poco mejor la hemeroteca", terminaba Marías, "quizá vería que sus ‘colegas' no lo hemos hecho tan mal ni hemos perdido del todo ‘el espíritu crítico' en los años de la distracción".



Más recientemente, ha vuelto sobre la cuestión Jordi Gracia, en una extensa tribuna ("Guerra de mitos") publicada en El País el pasado 17 de abril. Gracia sale allí al paso de algunas ideas de Muñoz Molina, y lo hace para sostener que no faltaron quienes "advirtieron en directo" sobre las "taras democráticas" de nuestro país. Para él, el "talante crítico" de muchos de nuestros intelectuales "fue una de las aportaciones más valiosas de la literatura y el ensayo en la prensa de la democracia". Al parecer de Gracia -siempre tan proclive a dar por bueno el statu quo-, no faltaron quienes elevaron denuncias, deploraron abusos, reprendieron al poder en sus comportamientos bochornosos. Así ocurría en artículos que firmaban "personas de crédito, capacidad argumental [sic] y audiencia". ¿Sus nombres? "Se llamaban Sánchez Ferlosio o Fernando Savater, Carmen Martín Gaite, se llamaban Manuel Vázquez Montalbán, Javier Marías, Félix de Azúa, Victoria Camps o Francisco Fernández Buey, y se fueron llamando Miguel Sánchez Ostiz, Rafael Chirbes, José María Ridao o Javier Cercas".



También Javier Marías, en la columna mencionada, aportaba una serie de nombres: "Savater, Vargas Llosa y Pradera, Ramoneda y Juliá, Azúa y Grandes y Millás, Torres y Rivas y Cruz, Montero y Lindo y Aguilar y otros" (Marías, cuando menos, avisaba de que se ceñía a colaboradores del diario en que él mismo publica). Todos ellos, según Marías, serían ejemplos de escritores, intelectuales o periodistas "comprometidos" (las comillas son de Marías, en este caso), que no han dudado en alertar, cuando sucedían, "de los abusos de las constructoras y de los alcaldes, de la especulación inmobiliaria y la destrucción del país, de la megalomanía de las comunidades autónomas, del despilfarro sin rendición de cuentas, de la corrupción, del deterioro de la política".



Pero si tanto fue así y de todos modos hemos llegado adonde hemos llegado, habría que preguntarse por las razones de que tanta denuncia y tanta alerta, tanta reprobación y tanta reprimenda pública no hayan surtido ningún efecto. Por las razones de tanta ineficiencia.



¿No se deberá a que, aun sin ellos quererlo, buena parte de los nombres que Gracia y Marías citan han servido más bien de comparsas de lo ocurrido? ¿No se deberá a que, lejos de intimidar a los responsables de tanto desaguisado, terminaron por inmunizarlos, a fuerza de aplacar el malestar propio y colectivo con artículos en demasiadas ocasiones retóricos, gesticulantes, que actuaban al modo de placebos, sin verdadera mordiente crítica e impugnadora?



Pues pocas veces sus palabras resonaron con la suficiente autoridad, ni fueron sostenidas por actitudes consecuentes. No pocos de esos nombres, recuérdese, han aceptado sinecuras graciosamente concedidas, obtenido premios amañados, participado en comitivas oficiales, acudido a cenas con presidentes y con ministros; algunos se brindaron a entrevistarlos, a dedicarles publirreportajes, se fotografiaron como y con quien hiciera falta, publicaron naderías, sirvieron sin miramientos al mejor postor, consintieron sin resistencia la degradación del medio en que colaboran; los hay que han ostentado con descaro un elevado tren de vida...



Produce incomodidad, tanto en la lista de Gracia como en la de Marías, ver amontonados según qué nombres. Es preocupante que ninguno de los dos advierta las diferencias sustanciales que, a los efectos, comportan no sólo las razones sostenidas por unos y otros, sino el valor y el peso que les confieren sus respectivas actitudes personales, públicas, políticas.



Pese a las comillas que emplea, si Marías piensa que a todos esos nombres que da les cabe el calificativo de "comprometidos", siquiera en el sentido tan chato que le atribuye Muñoz Molina, no hay más que hablar.



Pero sí, sí hay.