Ignacio Echevarría



Nunca he aprendido tanto sobre la novela (y no sólo sobre los mecanismos de la creación literaria y de la lectura) como estudiando hace ya tiempo, con la apasionada atención de los años juveniles, Antagonía, de Luis Goytisolo. De ahí que me haya apresurado a leer con mucho interés el ensayo con el que Luis ha obtenido el XLI Premio Anagrama: Naturaleza de la novela. Pero nunca es conveniente alentar expectativas demasiado elevadas. Aun con ser muy plausible casi todo lo que Luis Goytisolo dice en su ensayo, no resulta ni mucho menos tan revelador como lo que se alcanza a vislumbrar en su monumental novela, donde se desmontan a los ojos del lector muchos de los tópicos comúnmente asociados al género. Tópicos relativos a la supuesta importancia que para la novela tienen el argumento, la intriga, los personajes, los diálogos, elementos todos ellos que en Antagonía se diluyen dentro de una formidable estructura narrativa que termina por obviarlos.



En el texto de la cubierta de Naturaleza de la novela se insinúa que los novelistas están especialmente capacitados para hablar de la novela, dado que perciben sus problemas "desde dentro". Pero cabe objetar que, por sutil y sensato que sea cuanto dicen, se halla constreñido por su personal forma de entender y de practicar el género. Un género proteico, como se ha dicho una y otra vez. Esquivo como ningún otro a toda definición. Y cuya naturaleza, por lo tanto, resulta dificilísimo establecer, como no sea negativamente. O sosteniendo que lo propio de ella es, precisamente, carecer de una naturaleza predeterminada.



De la esencial panorámica que Luis Goytisolo traza de los precedentes de la novela moderna y de su desarrollo a partir del siglo XVI no se desprende, pese al título del libro, un noción neta de cuál sea la naturaleza del género. La más audaz intuición del texto, la que vincula los orígenes de la novela con la difusión de la Biblia en lenguas vulgares y, a partir de ello, arriesga una sugerente distinción entre novelistas "bíblicos" y "evangélicos", no deja de constituir, en última instancia, una caracterización morfológica. Mayor calado tiene, en relación a la naturaleza de la novela, la insistencia en hacer depender el surgimiento de ésta de la invención de la imprenta y de la difusión de la lectura en solitario y silenciosa (algo apuntado ya por Benjamin en su fundamental trabajo sobre El narrador). Pero éstas son condiciones que -como no deja de observar Goytisolo- determinaron también el surgimiento del ensayo moderno, así como el de ciertos géneros introspectivos o autobiográficos. Lo cual invita a preguntarse si lo que distingue a la novela de estos géneros no es su relación con la verdad o, por no meterse ahora en líos, sus vínculos -nunca suficientemente esclarecidos- con la ficción; vínculos que Goytisolo sólo explora tangencialmente. Por lo mismo, tampoco entra de lleno a dilucidar el tipo de dependencia que la novela tiene con lo que cabe entender por formas épicas.



En la parte final de su ensayo, sin duda la más polémica, Luis Goytisolo concluye -pero conste que lo hace sin dramatismo ni aspavientos- que la novela es un género en vías de extinción. Según él, "en la segunda mitad del siglo XX proliferan los síntomas de que está entrando en crisis". ¿Cuáles? La escasez de novelas "de verdadera entidad", entre otros. Pero ¿cabe pretender seriamente que sea así? Se me ocurren decenas de novelas publicadas en los últimos cuarenta años susceptibles de ser elevadas a las más altas cimas del género, empezando por Antagonía. ¿Y qué otra cosa viene caracterizando a la novela como no sea su capacidad de refundarse continuamente, dada la inexistencia de rasgos predeterminados que la remitan a ningún patrón conocido?



Ni siquiera está claro que la novela haya perdido su condición de género hegemónico, más bien pienso lo contrario. Su naturaleza omnívora le permite procesarlo todo y mutar conforme a las necesidades de cada tiempo (la obra de Goytisolo da buen testimonio de ello). No es cierto, ni mucho menos, que el género haya dejado de renovarse: nunca cesa de hacerlo. Cuando se trata de la novela, se me ocurre que hablar de ella suele ser como hablar de perros. ¿Qué relación guardan entre sí un gran danés, un labrador, un terrier y un chihuahua? ¿Tiene sentido pronosticar la extinción de la especie porque están decayendo la afición a la caza o las carreras de galgos?