Ignacio Echevarría
La ironía reside en que, desde muy pronto, la antipoesía de Parra comenzó a buscar vías por las que escapar de las limitaciones que, tanto para su práctica como para su difusión, le imponía el libro convencional. En su empeño en señalar el habla común -el habla de la calle- como sede primordial de la experiencia poética, Parra no ha cesado de idear fórmulas mediante las que procurar que el ciudadano corriente cobre conciencia de las energías latentes en muchas de las expresiones que a menudo utiliza. Con este objetivo, ha experimentado con toda suerte de soportes, y ha explorado insistentemente los efectos resultantes de hacer colisionar determinadas palabras con determinadas imágenes u objetos.
Si bien el acta de nacimiento de la antipoesía la constituye la publicación, en 1954, de Poemas y antipoemas, conviene recordar que dos años antes, en 1952, Nicanor Parra, aliado para la ocasión con Enrique Lihn y Alejandro Jodorowsky, causó el asombro de los transeúntes de Santiago exhibiendo durante varias semanas sucesivas, en puntos distintos de la ciudad, una especie de periódico mural de carácter satírico confeccionado con recortes de diarios. Aquel "antiperiódico" se tituló El Quebrantahuesos, y en la muestra de la Biblioteca Nacional se exhiben todos los ejemplares conservados.
Casi veinte años más tarde, hacia finales de los sesenta, ya bien consolidada la trayectoria de la antipoesía, tendría lugar "la explosión del antipoema". En estos términos había de referirse Parra al surgimiento de los "artefactos", nombre que él mismo dio a toda una serie de configuraciones lingüísticas breves y autosuficientes (casi eslóganes) destinadas a actuar sobre el lector "como los fragmentos de una granada". Un buen número de estos artefactos, acompañados de ilustraciones, fueron recogidos en 1972 en forma de tarjetas postales, susceptibles de ser empleadas como tales o destinadas a cualquier otro uso. En la Biblioteca Nacional se exhibe la colección completa.
Desde esa fecha, Nicanor Parra no ha dejado de desarrollar simultáneamente varias líneas de trabajo, la más llamativa de las cuales -los "trabajos prácticos"- ha consistido en "transfigurar" objetos de uso común, generalmente reciclados, a fuerza de adosarles un cartelito en el que suele inscribirse una frase hecha.
Pliegos sueltos, carteles, tablas de madera, bandejas de confitería: Parra ha ensayado estos y otros soportes con vistas a eludir los subordinamientos que el libro impone en la relación del lector con el texto. De modo cada vez más radical, se ha resistido no sólo al confinamiento del poema, sino también a su acabamiento. En las últimas décadas, su producción ha adoptado de modo cada vez más flagrante la condición de work in progress, a tal extremo que los nuevos textos que Parra ha consentido publicar en revistas o antologías suelen darse en su propia caligrafía, con frecuencia llena de tachones y de versiones alternativas.
Hace veinte años, en 1992, y por iniciativa de René Costa, tuvo lugar, primero en Valencia y luego en Chicago, la primera exhibición de los "trabajos prácticos" de Parra, que dialogaban en aquella ocasión con los poemas visuales de Joan Brossa. La confrontación entre estos dos artistas, de espíritu tan afín, permitía percatarse de la sustancial diferencia de su método, que en el caso de Parra actúa siempre en la intersección de la palabra con el objeto (o de la palabra con la imagen): un espacio en el que uno y otra se subvierten mutuamente, liberando sentidos que permanecían hasta entonces dormidos.
Importa tener esto presente para no asimilar demasiado mecánicamente los trabajos visuales de Parra con otras manifestaciones artísticas con las que sin duda cabe emparentarlos, como pueden ser los ready-made de Duchamp o ciertas direcciones del arte conceptual.
Desde otro punto de vista, importa entender de qué modo la Biblioteca Nacional constituye el marco ideal en el que exhibir las Obras públicas de Parra. En cuanto imponente archivo de literatura libresca, pero también en cuanto institución, la Biblioteca Nacional ofrece un contrapunto irónico a la operación que la antipoesía se propone, que no es otra que la de -huyendo de toda infatuación retórica- reencarnar la poesía en el hombre de la calle, en el lenguaje de la tribu.