Ignacio Echevarría
No es de extrañar que el asunto haya sido comentado con sorpresa y pitorreo generalizados. Si la imagen exterior de España ya está de por sí bastante devaluada, que corra ahora la noticia de que Vargas Llosa, nacionalizado español en 1993, es el mejor novelista de que dispone el país, no contribuye a mejorarla. Suerte que nos queda Rafa Nadal, todavía.
Un simple trámite burocrático determina, al parecer, que Vargas Llosa sea un escritor español y que no lo sea Roberto Bolaño, que residió en el país desde 1977, y que aquí escribió toda su obra narrativa (incluida 2666, aclamada casi por unanimidad, en la encuesta del ABC, como la mejor novela latinoamericana de lo que va de siglo). En uno de sus "discursos de sobremesa", Nicanor Parra, con mucha gracia, sacaba punta a la entrada que el Diccionario Enciclopédico Hispanoamericano dedica al Abate Molina. "Sacerdote español nacido en Chile", se lee allí. Por lo que se desprende de la encuesta del ABC, habrá que esperar que en lo sucesivo los diccionarios y manuales de literatura española digan sobre Vargas Llosa: "Escritor español nacido en Perú". Y que siga la juerga.
Pero la cosa no queda ahí. Por la encuesta del ABC nos enteramos de que para Emili Rosales, Sergio Vila-Sanjuán, Michi Strausfeld y Sergi Doria, la mejor novela española del siglo XXI es La sombra del viento, de Carlos Ruiz Zafón. O de que para Álvaro Pombo, Javier Marías, María Dueñas, Milagros del Corral, Fernando Martínez Laínez y J. Eslava Galán, ese puesto le corresponde a una novela de Arturo Pérez Reverte. No es de extrañar, así, que tanto Ruiz Zafón como Pérez Reverte ocupen -siempre en la encuesta de marras- posiciones bastante más destacadas que, por ejemplo, autores como Álvaro Pombo, Belén Gopegui o Luis Magrinyá, mencionados una única vez. Por supuesto, de una novela tan imprevisible como -pongo por caso- Familias como la mía, de Francisco Ferrer Lerín, no hay quien se acuerde. Aunque ¿cabe suponer que entre los encuestados sumen una docena los que la han leído?
A los cien encuestados por el ABC se les pedía una frasecita con la que justificar su elección. De la lectura de esas frasecitas se desprende una saldo tan abrumador de inopia y desamparo, que no queda más remedio que preguntarse si la pregunta fue correctamente planteada, y si la mayor parte de los encuestados sabían lo que contestaban.
Una y otra vez, encuestas como esta del ABC, siempre muy rentables desde el punto de vista periodístico, siempre confundidoras y alborotadoras, ponen en evidencia lo que no costaba tanto presumir: que escritores, editores y agentes literarios no son demasiado aptos (o lo son mucho menos que los lectores comunes) para ser consultados sobre asuntos de actualidad libresca, dado que -como no deja de ser lógico- sus propias ocupaciones e intereses tienden a distraerlos del seguimiento de esa actualidad. De ahí que sus respuestas suelan resolverse con una mezcla de apuro, oportunismo y condescendencia, echando mano del amigueo y del lugar común.
Nada grave ni particularmente indignante, desde luego. Tal vez algo desalentador, según el pie con que se haya levantado uno. O simplemente cómico, a la vista de los resultados