Ignacio Echevarría



Deben de contarse por centenares los intentos de responder a esta pregunta. El que una y otra vez se sienta la necesidad de volver a formularla da cuenta de la insuficiencia de todas las respuestas aportadas, insuficiencia debida, entre otras razones, al constante desplazamiento a que el concepto mismo de literatura parece estar sometido.



Inasequible al desaliento, Terry Eagleton, a sus casi setenta años de edad, con una contundente bibliografía a sus espaldas que lo acredita como uno de los más influyentes e incisivos valedores con que cuentan en la actualidad la teoría y la crítica literarias, ha asumido el reto de plantearse la pregunta de nuevo, y lo ha hecho con su característicos vigor y sentido de la polémica, con su también característico sentido del humor, en un libro estupendo que constituye, antes que nada -y en ello reside uno de sus alicientes principales-, un amplio y bien documentado examen del estado de la cuestión. Me refiero a El acontecimiento de la literatura, recién publicado por Península, en excelente traducción de Ricardo García Pérez.



Confieso haberme acercado con algunas prevenciones al libro, dado que no simpatizo mucho con el estilo crepitante y el espíritu divulgativo (demagógico casi, y ligeramente autosatisfecho) con que Eagleton ha escrito alguna de sus últimas obras. Todo hacía temer que la pregunta "¿Qué es la literatura?" (a la que están dedicados dos de los cinco capítulos de su texto) exacerbara esa tendencia. No es así, afortunadamente. Lejos de eso, El acontecimiento de la literatura se postula abiertamente como un ensayo que transita con desenfado -pero también con severidad- del ámbito de la teoría literaria al de la filosofía de la literatura, dos campos de reflexión que han solido adoptar actitudes bien distintas en relación a asuntos que Eagleton aborda sin miramientos, tales como naturaleza de la ficción o, ligada a ella, la cuestión de la verdad.



"Hay cierto sentido en el que este libro también constituye una reprimenda para la teoría literaria", escribe Eagleton en su prólogo. Y así es en cuanto aquélla ha desistido -por escepticismo, por relajación- de hacerse algunas preguntas importantes, dándose la situación de que no sólo escritores, editores, críticos y lectores, sino también profesores y estudiantes de letras "emplean palabras como ‘literatura', ‘ficción', ‘poesía', ‘narración' y otras semejantes sin ir en absoluto bien pertrechados para embarcarse en la discusión de lo que significan".



¿Pero es que importa algo lo que signifiquen? Como observa Eagleton, la misma teoría literaria, así como un amplio sector de lo que cabe entender por izquierda cultural, ha contribuido a fomentar la idea de que toda definición posee "un árido tinte academicista y ahistórico", y que el simple intento de amagarla delata cierto desfase. Pero entretanto la indefinición en que permanece desde hace ya demasiado tiempo el concepto de literatura no hace más que abonar malentendidos como el de que "la literatura es una especie de prótesis emocional o forma de experiencia vicaria", en tanto que relega al aislamiento a una crítica cada vez más perpleja e ineficiente.



Discípulo de Raymond Williams, Eagleton es bien consciente de que hasta el siglo XVIII el término literatura abarcaba "todos los libros impresos", y que su construcción como "categoría especializada y selectiva", aupada sobre las nociones de "gusto" y de "sensibilidad", y asociada a "un fundamento social de clase", emergió "como forma de resistencia a un orden cada vez más prosaico y utilitario", sirviéndose de la crítica como "mecanismo principal de legitimación".



Sin obviar el carácter histórico de esta concepción, caducada ya en buena medida, Eagleton se resiste a ceder por completo el terreno a ese orden prosaico y utilitario que pretende allanar toda diferencia objetivable entre una novela de V.S. Naipaul y otra de Dan Brown, o entre ambas y un manual de autoayuda. Así y todo, manifiesta grandes reservas hacia lo que admite ser entendido por "institución literaria", y se ciñe a una estrategia descriptiva y por lo tanto inconcluyente, en absoluto normativa, para sondear su objeto.



Libro lúcido y apasionado, repleto de acidez, también de estimulantes atisbos, El acontecimiento de la literatura discute con todas las escuelas, invita a poner en solfa todo tipo de tópicos e ideas corrientes sobre las cuestiones de que se ocupa, y promueve un debate que su misma lectura revela necesario.