Image: Tomeo

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Mínima molestia

Tomeo

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

5 julio, 2013 02:00

Ignacio Echevarría


Por mucho que fuesen las adaptaciones teatrales de sus novelas las que decantaron la fortuna de Javier Tomeo, sobre todo en Europa; por mucho que él mismo escribiera piezas teatrales y explotara a fondo su portentosa aptitud para los diálogos dislocados, mórbidos, neuróticos, delirantes, terroríficos (para los diálogos de besugo, en tantos casos), Tomeo fue, antes que nada, y por encima de todo, un narrador.

Entre los numerosos malentendidos que no dejan de prosperar alrededor de la novela en cuanto género, está el que la circunscribe a la prosa y deriva, a partir de ello, que el novelista de raza ha de ser un buen prosista. No tiene por qué ser necesariamente así, como se puede constatar en tantos casos. La naturaleza dramática de la obra de Tomeo, compuesta en gran medida de monólogos y diálogos, no socava en absoluto su condición de novelista, mucho menos lo convierte en un dramaturgo encubierto.

A Tomeo se lo ha relacionado con cierta estética de la incomunicación y del absurdo que durante el siglo XX ha tenido particular arraigo en el teatro. Pero su vena más natural y espontánea fue, insisto, narrativa. Por otro lado, sospecho que a la hora de buscarle antecedentes plausibles no conviene irse demasiado lejos (que si Poe, que si Kafka, claro que sí), por cuanto no es difícil encontrarlos en España, en buen número.

Buñuel, Mihura, el Rafael Azcona que colaboró con Marco Ferreri... Vale. Pero a mí me ha venido estos días, inopinadamente, el recuerdo de la que fue conocida como "Generación del Horror", nombre con que se bautizó a una tertulia de escritores, artistas y periodistas alicantinos a la que perteneció un narrador contemporáneo de Tomeo y a quien cabe asociar con él: Gonzalo Fortea. La fortuna de Tomeo bien pudo haber sido la del hoy casi olvidado Fortea (autor de, entre otros, un notable libro de relatos: Corazón frío, publicado por Tusquets en 1974) si, llegado el momento, los vientos no hubieran soplado a su favor. En cualquier caso, eso de "Generación del Horror" no suena mal en relación a Tomeo, cuya literatura se explica parcialmente en función de los tiempos en que le tocó crecer.

Con su gran estatura y su enorme cara de patata, Tomeo asumió resignadamente su condición de "raro". Ni siquiera en sus momentos de mayor bonanza pensó que podía eludirla. Las escasas distinciones que obtuvo, casi todas en su tierra aragonesa, y de carácter honorífico, dan cuenta de un escritor fuera de las grandes autopistas del mercado. Lo mismo sugiere su historial editorial. Autor prolífico, cultivador de un estilo estático, que apenas evoluciona con el tiempo, el conjunto de su obra admite ser tomado como una serie de variaciones sobre un mismo tema. En consecuencia, hubo de pechar con los inconvenientes de que, salvo un puñado de adictos incondicionales, a los lectores comunes les baste haber degustado unas pocas de sus obras para darlo por leído. Eso es lo que vino a decir Juan Benet con su frase tantas veces citada de que los libros de Tomeo son como un plato de croquetas, que "no está mal pero no cambia de sabor". La frase se puede matizar tanto como se quiera, pero a Benet no le faltaba razón.

En cualquier caso, a Tomeo le fue todo lo bien que le podía ir. Cumplió enteramente su destino de escritor, y hay que congratularse de que no lo haya malogrado un éxito superior al que le correspondía. La potencia que emiten los "raros" como él, el atractivo que ejercen, se sustenta en buena medida en su posición esquinada, extrarradial. Nada sienta peor a uno de estos escritores que ser atraído al centro de la atención, instituirse como canónicos, generar imitadores. Tal cosa los desactiva y los trivializa. Los transforma, de hecho, y los destruye.

Raro de verdad, a Tomeo no le cupo esa suerte, y está bien que así sea. Está bien que sus libros fertilicen en pequeñas dosis una tradición que se beneficia de su extrañeza.

Se le recuerda como un monstruo amable. Pero, como dijo César Aira (otro que tal), "el monstruo es la especie que consta de un solo individuo; es la especie sin posibilidad de reproducirse", de ahí que permanezca "único para toda la eternidad, absolutamente histórico, absolutamente moderno". Tal es el privilegio de Tomeo.