Image: Lazos de familia

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Mínima molestia

Lazos de familia

Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'

12 julio, 2013 02:00

Ignacio Echevarría


"Las cosas familiares posiblemente nada tengan que ver con la literatura, aunque sean toda ella." Esto escribió en su muy peculiar autobiografía el narrador, ensayista y editor argentino Héctor Libertella (1945-2009), muy poco divulgado en España, a pesar del prestigio y del ascendente tan notables que tuvo y sigue manteniendo en su país. Libertella es un caso ejemplar de las limitaciones con que se desarrolla el tráfico literario y editorial en el ámbito hispánico. Si no me equivoco, ni uno solo de sus libros ha sido publicado por estos lares. La estrella de este autor brilló intensamente en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, en las que algunas de sus obras fueron distinguidas con premios importantes, de relevancia internacional. Pero aquellos eran tiempos hasta cierto punto favorables al radicalismo, a la sofisticación intelectual, al sentido lúdico y aventurero que caracterizan la obra de Libertella, autor perteneciente a una pléyade de narradores ya posteriores al boom, que extremaron la osadía de sus mayores y enfrentaron con resuelta beligerancia las implicaciones del fenómeno que aquéllos protagonizaron. En los noventa, cuando empezaron a reabrirse los cauces de circulación literaria entre España y Latinoamérica, la obra de Libertella fue juzgada, supongo, demasiado hermética, demasiado… ¿argentina? Y ello a pesar de que tenía excelentes valedores, como César Aira o Fogwill, que sí fueron publicados aquí, aunque con mucho retraso. Amigo de ambos, Libertella lo fue también de Osvaldo Lamborghini, otro de los nombres que configuran el núcleo duro de lo que cabría considerar el canon "sumergido" de la literatura argentina. Lamborghini sí alcanzó a publicarse en España, pero fue debido a la circunstancia de haber pasado en Barcelona los últimos años de su vida, no porque su obra resulte ni un ápice más comercial o asimilable que la de Libertella.

La proyección internacional de un escritor no constituye un indicador fiable de su calidad ni de su valía. Esto es así desde cualquier punto de vista, y sería interesante tratar de aislar los elementos que determinan lo que podríamos denominar la "frecuencia de onda" de un determinado autor, su "longitud", aquello que favorece su recepción más allá del círculo que le es propio. Se me ocurren, por ejemplo, varios nombres de escritores españoles muy poco conocidos fuera de nuestras fronteras por los que siento un aprecio bastante superior al que me merecen otros mucho más divulgados y ampliamente traducidos. Me gustaría encontrar una explicación amplia y satisfactoria para la extrañeza que tal desajuste me produce en más de una ocasión.

Pero además hay un tipo de literatura que trabaja en zonas del lenguaje, del pensamiento, incluso del sentimiento, reacias a toda comercialización; un tipo de escritores que interpelan a una comunidad abierta pero inevitablemente reducida de lectores cómplices, conjurados. A esta especie pertenece Libertella, que en su ya mencionada autobiografía (La arquitectura del fantasma, 2006) habla de "una literatura que, para sobrevivir a sí misma, necesitó hacerse un poco invisible o ilegible entre las líneas del mercado de aquel entonces". Poco antes, en el mismo libro, atribuye a C. L.-S. ("a quien para respetar su anonimato no llamaré Claude Lévi-Strauss", agrega, con impasible humor) el siguiente pasaje: "Para ser Alguien, en aquella tribu todos hablan al mismo tiempo y se canjean unos por otros. Ahí, el que calla y no se canjea es Nadie".

Me he acordado de Libertella porque no hace mucho recibí un libro recién publicado por uno de sus hijos. Mi libro enterrado (Buenos Aires, Mansalva, 2013) es el primer libro de Mauro Libertella, y está dedicado a la figura de su padre, más concretamente a la agonía de su padre, y a la relación que mantuvo con él. Se trata de un libro conmovedor en el mejor de los sentidos: "heroico y sentimental", como dice Francisco Garamona, su editor. Un homenaje íntimo, grave, lacónico, a la memoria del escritor insobornable, fallecido prematuramente a consecuencia de su alcoholismo. El libro queda sutilmente atravesado por el tema de la herencia, sobre el peso y la dificultad particulares que ésta cobra en la esfera de la literatura. Y por esta significativa confesión: "Recién cuando él murió pude escribir mi primera ficción [...] La escribí con el arrojo y la impunidad que me habilitaba su ausencia".

Cosas de familia.