Preguntar
Por Ignacio Echevarría Ver todos los artículos de 'Mínima molestia'
11 octubre, 2013 02:00No hace mucho, en una columna publicada en el periódico Diagonal, Belén Gopegui escribía: "Las preguntas suelen estar mejor valoradas que las respuestas, parece que en las preguntas hay una apertura, una capacidad de descubrimiento que la respuesta cerraría. Sin embargo, también las preguntas cierran, y si nos las eligen, nos eligen el campo de batalla".
Parece cierto eso de que las preguntas están mejor valoradas que las respuestas. Es frecuente oír alegar a este o aquél, a menudo con expresión de inocencia, que no tiene respuestas que dar, únicamente preguntas que hacer. Pareciera que quien admite esto hace gala de un talante humilde, intelectualmente más tolerante, más receptivo; más abierto, en efecto.
Sin embargo, las preguntas no solamente cierran, como dice Gopegui; a menudo entrañan una exigencia que se parece mucho a una orden. Y presuponen, no pocas veces, una posición de poder.
Elias Canetti acertó a verlo admirablemente en Masa y poder (1960). Se lee allí: "Toda pregunta es una incursión […] Las preguntas esperan respuestas […] El efecto de las preguntas consiste en aumentar el sentimiento de poder del que interroga; le incitan a seguir preguntando. Cuanto más ceda a las preguntas, más sometido quedará quien responde. La libertad de la persona consiste sobre todo en su capacidad para protegerse de las preguntas. La tiranía más opresiva es la que se permite hacer la pregunta más opresiva […] La respuesta nos aprisiona siempre, incluso en circunstancias normales. Ya no podemos abandonarla sin más. La respuesta nos obliga a situarnos en un lugar determinado y permanecer en él, mientras el que interroga puede apuntar desde cualquier ángulo; nos rodea y elige la posición que más le convenga, como quien dice".
Estas palabras precisan bien lo que sugiere Gopegui al decir que, si nos eligen las preguntas, nos eligen el campo de batalla. Canetti, muy consciente de que es así, nos pone en guardia respecto a las preguntas, y nos invita a defendernos de ellas.
En la actualidad política española, el tira y afloja de que están siendo objeto el número y la formulación de las preguntas a hacer en el referéndum por el que porfían los nacionalistas catalanes, constituye una buena ilustración de lo que aquí se viene diciendo. Las luchas por el poder son luchas por preguntar, por el derecho a preguntar. Y a elegir las preguntas. También son luchas por el derecho a no responder, como demuestra la actitud de Rajoy y del PP respecto a las actuaciones de Bárcenas, para poner otro ejemplo de actualidad.
¿Y en la literatura? Cuando se habla de libros, de nuevo es frecuente oír eso de que no tienen respuestas que dar, únicamente preguntas que hacer. Pero en la estructura del acto de leer cabe reconocer, como en casi todo, una jerarquía de poder: yo escribo, tú lees; yo cuento, tu atiendes; yo digo, tú callas. El problema, en cualquier caso, reside en saber a quién hacen sus preguntas esos libros. ¿A los lectores? Pero en ese caso se trataría de preguntas retóricas, de esas que no esperan respuesta. Además, se supone que, si es bueno, un libro siempre sabe más que el lector. Que incluso sabe más que su autor. Sabe más, de hecho, que el autor y todos sus posibles lectores juntos. Eso sería precisamente lo que distingue a la obra de arte de la que no lo es y garantiza su vigencia a través del tiempo.
Pero entonces, ¿qué quiere decir que un libro, en lugar de dar respuestas, hace preguntas? Si se trata de algo más que de simple cháchara publicitaria, o de la trivial adivinanza sobre quién es el asesino, habría que pensar que el libro en cuestión hace preguntas inesperadas o incordiantes, y que esas preguntas van dirigidas a quien no suele ponerse en situación de responder. Habría que pensar que el libro en cuestión, lejos de hacerle preguntas, enseña al lector a formularlas. Que le enseña cuáles son las preguntas que conviene hacer.
De eso se trata. Pues, como bien escribía Belén Gopegui en su columna, "va llegando el tiempo de empezar a trabajar en nuestras preguntas". En las que nosotros deberíamos hacer, no en aquellas a las que nos piden que respondamos.