Image: Narradores de cine

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Mínima molestia

Narradores de cine

1 noviembre, 2013 01:00

Ignacio Echevarría

En una de las entrevistas que le hicieron apenas se supo que había quedado finalista del premio Planeta, Ángeles González-Sinde habló de la suspicacia con que en España solían ser recibidas las incursiones literarias de la gente del cine. Luego se corrigió, y dijo que tal vez había que hablar, mejor, de la susceptibilidad con que la gente del cine se asoma al terreno de la literatura.

Lo cierto es que en el cine español abundan los ejemplos de directores, guionistas, actores e incluso críticos que en algún momento de su trayectoria han dado un salto -más o menos tímido, más o menos ocasional- a la literatura. Así, a botepronto, acuden a mi memoria los nombres de Luis Buñuel, Edgar Neville, Fernando Fernán Gómez, José Luis Borau, Rafael Azcona, Carlos Saura, Mario Camus, Ángel Fernández Santos, Manuel Gutiérrez Aragón, Álex de la Iglesia, entre bastantes más. De no pocos de ellos cabría citar textos muy notables.

Otros han desarrollado una trayectoria en la frontera del cine con la literatura, transitando continuamente de un territorio al otro. El caso más conspicuo probablemente sea el de Gonzalo Suárez, cuya lista de libros publicados -algunos estupendos, señeros, adelantadísimos- es casi tan larga, y puede que más memorable aún, que la de las películas que ha dirigido. Pero yo siento un aprecio especial, antiguo ya, por dos narradores y dramaturgos muy ligados al mundo del cine, en el que se han desempeñado como guionistas y directores. Me refiero a Álvaro del Amo y Javier Maqua, dos autores muy recomendables que han quedado calamitosamente silenciados por el ruido, el oportunismo y la superficialidad de los tráficos editoriales, poco pacientes con propuestas tan originales y desentendidas, tan a contracorriente y por eso mismo escasamente rentables como la de estos dos escritores, a los que parece caracterizar una común indiferencia por su fortuna como tales.

El hecho es que la última novela de Álvaro del Amo (Madrid, 1942), Cinefilia, apareció en 2001 (Debate), y desde entonces no se ha vuelto a saber nada de él como narrador. Así es a pesar de haber publicado en Anagrama, en poco más de una década, cinco novelas tan breves como asombrosas y felicísimas, la última de las cuales, El horror, quedó finalista del premio Herralde en 1993 (el mismo año en que lo obtuvo con Aves de paso José María Riera de Leyva, otro escritor muy notable, con vínculos con el mundo del cine, y enigmáticamente retirado desde que en 1995 apareció su último libro, Una cerveza en Kenia, siempre en Anagrama).

También la trayectoria narrativa de Javier Maqua (Madrid, 1945) parece haber quedado suspendida desde la publicación, en 2005, de Fusilamiento: instrucciones de uso (Algaida). Si bien él ha seguido publicando, últimamente en KRK, lo que se obstina en llamar "teatro para leer": artefactos dramáticos susceptibles de ser representados pero pensados más bien para ser leídos, como sugiere el peso que en ellos cobran las acotaciones escénicas y las didascalias.

Ni Maqua ni Del Amo son escritores áridos ni difíciles, todo lo contrario. Son, cada uno en su estilo diametralmente distinto, maestros del humor soterrado, habilísimos urdidores -en sus novelas- de tramas procelosas (insólitamente jibarizadas en el caso de Del Amo, especialista en cultivar lo que en su día llamé 'novelas bonsái'), que a menudo se nutren de los códigos de la narrativa decimonónica, y que se sirven eventual y desprejuiciadamente -pero sin intenciones paródicas, más bien por instinto dramático, y por razones simpáticas- de los recursos del folletín.

Se diría que la literatura española no está tan sobrada como para arrinconar a dos narradores de este calibre. No lo está tanto, en cualquier caso, como para que se desatienda el trabajo como escritores de muchos de los nombres que he mencionado.

Sería interesante, y sin duda revelador, indagar las razones por las que no se produce una mayor convivencia entre narradores de cine y narradores literarios, dada la vecindad tan estrecha en que se desarrolla el arte de unos y otros, profundamente interconectado. Tal vez intervenga en ello, como apuntaba González-Sinde, la suspicacia de unos y la susceptibilidad -la inhibición, más bien, o la discreción- de otros.

El no-lugar al que parecen relegadas las obras de los autores aludidos podría ser consecuencia de no haber asumido ellos, explícita y funcionalmente, el rol de escritor; de no participar en lo que muy extensamente cabe entender por 'vida literaria'. Un factor mucho más determinante de lo que parece a la hora de explicarse los mecanismos de consagración.