Ignacio Echevarría

Reproduzco textualmente (con la sola omisión del nombre de la revista y el del firmante) una carta recibida días atrás por un conocido escritor español. La carta -presumiblemente idéntica a la enviada a otros muchos destinatarios- le llegó por correo electrónico, y no fue precedida de ningún contacto previo:



"Hola,



"En ***, la nueva revista mensual de ***, tenemos una sección donde personajes del mundo de la cultura nos recomiendan libros, películas y discos. Así que nos gustaría que usted participara. Díganos tres libros, tres películas y tres discos que, desde su punto de vista, no debería perderse nadie. Y diga en un par de líneas por qué. ¡Muchas gracias!



"Abrazo! ***"



El escritor al que me refiero -pero él no es el único- está hasta la coronilla de recibir cartas de este tipo. Lo está también de recibir, en términos casi siempre parecidos, invitaciones a participar en los más variopintos actos culturales. Él y yo hemos comentado algunas veces, entre risas, esta manera tan extendida de dirigirse a escritores y "personajes del mundo de la cultura" como si de perritos de feria se tratara. De ahí que me rebotara, más divertido que irritado, la cartita de marras.



Pronto se cumplirán tres décadas desde que Rafael Sánchez Ferlosio, en noviembre de 1984, publicara una tribuna inolvidable: "La cultura, ese invento del Gobierno", se titulaba. En aquellos años de triunfalismo socialista, en que se definieron las coordenadas de las políticas culturales de la democracia y se consagró la idea de que "la cultura es una fiesta", aquel artículo retumbó como un pistoletazo en medio de un concierto.



Recogido luego en La homilía del ratón (1986), el artículo de Ferlosio es fácilmente consultable en la red. Durante más años de la cuenta, el dibujo que en él se hacía de la nueva cultura española ha mantenido intacta su vigencia. Muchas de las cosas que allí se observan formatearon indeleblemente el lenguaje que siguen empleando las instituciones y los medios de comunicación para tratar asuntos culturales. De ahí que todavía hoy, cuando uno lo relee, piense por momentos hallarse frente a un texto de plena actualidad. Pero se trata de una impresión errónea. Las cosas han cambiado bastante de un tiempo a esta parte, y no precisamente en la mejor dirección. Al menos por lo que toca a los "personajes del mundo de la cultura".



Éstos, como en los tiempos en que Ferlosio escribió su artículo, siguen recibiendo incitantes cartitas de invitación a participar en jornadas culturales o en publicaciones de moda. Pero las cartitas en cuestión, aun emanando el mismo tufillo de colegueo, son -como se deja ver- cada vez más apremiantes y perentorias, y ocurre encima que muchas veces no se molestan siquiera en tentar al destinatario con el señuelo de ninguna remuneración.



Se atribuirá que sea así a que corren tiempos de crisis. Pero no. Así ocurre principalmente porque, entretanto, se ha desarrollado en la mayoría de los concernidos el reflejo condicional de responder afirmativamente, con independencia de su interés o de su fundamento (y lo que es peor: con independencia de la aptitud de cada uno para atenderlas), a toda suerte de solicitudes que entrañen no ya un beneficio material sino la más mínima oportunidad de mostrarse, de "figurar", de contarse -por así decirlo- entre los escogidos.



El autor de la cartita copiada más arriba no parece albergar duda alguna sobre la respuesta que espera recibir. De hecho, es estupenda la manera en que, una vez expuesto su propio deseo ("Nos gustaría..."), pasa a impartir instrucciones tajantes, sin que medie ninguna otra consideración, ni siquiera un "por favor". Eso sí: no faltan los signos de exclamación a la hora de dar las gracias por adelantado, ni tampoco ese "Abrazo!" (sic) que presupone un propicio clima de promiscuidad.



Habría mucho que decir sobre la responsabilidad de los propios escritores e intelectuales en la frivolización y abaratamiento de sus tareas y en el amaestramiento del que han sido objeto por parte de las instituciones y medios de comunicación. Mucho. Baste hoy señalar la ligereza con que en estas fechas tantos se prestan a escoger los "mejores" libros del año sin albergar ningún escrúpulo por haber leído apenas unos pocos, en general los más publicitados y comentados. De ahí la obviedad y la beatería de esas listas, y la redundancia en que conspiran tan alegremente los numerosos "expertos" de ocasión, contentísimos de que quede constancia de sus gustos y preferencias, en absoluto preocupados por que resulten sospechosamente unánimes y predecibles.