Viajantes de sí mismos
Ignacio Echevarría
En una columna publicada hace ya un par de meses ("Abundancia de kilometraje", en El Universal), el escritor mexicano Álvaro Enrigue reflexionaba con humor acerca de la paradoja que entraña el que los escritores, muy en particular los novelistas, se hayan convertido de un tiempo a esta parte en una tribu viajera. "Hay pocos oficios más sedentarios y demandantes de estabilidad que el de novelista", escribía Enrigue. "Para que haya un libro, antes tiene que haber una práctica de la inmovilidad". Pese a lo cual, los escritores han devenido "personas inmóviles que viajan todo el tiempo, gente con un oficio un poco borroso que se divide entre el uso de pantuflas y el de pases de abordar". Enrigue señalaba algunas de las razones que explican que sea así; entre ellas, la de que "un escritor que viaja envía el mensaje de ser un escritor con lectores", por mucho que esto, como él mismo advierte, "no necesariamente sea cierto".Las campañas de promoción dentro y fuera del propio país se solapan y combinan con un sinfín de festivales, ferias, simposios, encuentros, cursos, ciclos de conferencias, mesas redondas y todo tipo de eventos que no cesan de celebrarse aquí y allá, buscando siempre la connivencia de los medios de comunicación. Todo sumado, teje un circuito internacional por el que transitan, más o menos ufanos, más o menos resignados, los escritores que gozan de la visibilidad que suele asociarse al éxito.
Viajar, ser convocado a participar en este o aquel acto, en compañía de estos o aquellos otros escritores, constituye un indicador de esa visibilidad a la que todo escritor aspira, de las expectativas acumuladas sobre él, de la representatividad que se le atribuye. No es sólo una oportunidad de abrirse a nuevos públicos, de establecer nuevas y quizás estimulantes complicidades, de acumular experiencias y conocimientos: es también una manera de puntuar en la bolsa de valores conforme a la que se rigen las pujas y los tráficos editoriales, y constituye, en definitiva, uno de los más fiables mecanismos de consagración.
Así las cosas, esa paradoja que subrayaba Enrigue ha terminado por ser marca y condición del escritor contemporáneo, y así es hasta tal punto, que amenaza con volverse contra la especie misma.
"Ahora viajan los escritores, cuando son los libros los que tienen que viajar". Pocos días atrás, Ricardo Piglia argüía con estas sabias palabras su sonada decisión de no asistir al Salón del Libro de París, en el que Argentina es país invitado. El trasfondo de la escandalera que se ha montado con el Salón y la lista de escritores invitados y no invitados, supuestamente favorecidos o vetados, tiene que ver, en el fondo, con eso mismo: con la presunción de que viajar gratis, acudir en romería a París, formar parte de la "selección nacional", es un chollo, una distinción, una recompensa. El asunto puede politizarse todo lo que se quiera, pero qué buen síntoma sería que las razones de no acudir al Salón fueran de orden doméstico: qué pereza, no tengo ganas, no tengo tiempo: estoy escribiendo.
Les recomendaba el otro día el último libro de César Aira, Continuación de ideas diversas. No me resisto a citar aquí una de sus anotaciones, en las que discurre sobre el atractivo creciente que suscita en la actualidad lo que se llama el artista outsider. La explicación, según Aira, reside en que "un joven artista profesional puede, y casi debe, pasar todo su tiempo en bienales, ferias, retrospectivas, curadorías, site specifics, proyectos…". Por grandes que sean la originalidad y la calidad de su obra, "él ya no tiene tiempo de constituirse en continente de una vida personal, al menos de una que no sea estereotipada e igual a todas las demás". A ello contribuye, sigue diciendo Aira, "la presión por seguir produciendo obras para alimentar ese aparato institucional, la plastificación new age que rodea a al artista, la uniformidad del lenguaje crítico".
Por el contrario, el artista outsider "tiene una vida, y la tiene clamorosamente". Si su figura nos atrae y nos interesa es "porque en él buscamos, lo encontramos, un paliativo al arte contemporáneo, que se ha vuelto pura mediación, sin la fábula de los extremos".
Y bueno, es fácil extender esta observación al ámbito de la literatura, donde el escritor outsider suscita una atracción semejante, por razones parecidas.
Lo notable es que suele ser precisamente el escritor o artista de vida estereotipada el que revela mayor tendencia al exhibicionismo, ofreciendo su propia interioridad como mercancía.