Image: Ignorantes

Image: Ignorantes

Mínima molestia

Ignorantes

18 abril, 2014 02:00

Ignacio Echevarría

Acaba de publicarse en España El jilguero (Lumen), la tercera novela de Donna Tartt. Llega precedida de los ecos de su arrollador éxito en Estados Unidos, donde ha permanecido varias semanas en los primeros puestos de las listas de libros más vendidos. Como su compatriota Joyce Carol Oates, aunque de muy otra manera, Donna Tartt parece desenvolverse con toda naturalidad en la cada vez más borrosa frontera entre la literatura de masas y la "de calidad". Entre los primeros que aclamaron El jilguero se cuenta Stephen King, que escribió una reseña elogiosísima del libro. Preguntada sobre cuál es el secreto que los dos -ella y King- comparten para conectar con un número tan amplio de lectores, Donna Tart respondía en una entrevista: "Ni idea. Según King, los lectores no saben lo que quieren, de modo que le corresponde al escritor hacérselo ver. Estoy de acuerdo".

Dejemos a un lado la novela de Tartt. Centrémonos en las palabras que pone en boca de King, eso de que "los lectores no saben lo que quieren".

¿No lo saben?

Parece no haber unanimidad al respecto. En otras ocasiones se oye decir -con tanta o mayor seguridad- justamente lo contrario, que "los lectores saben muy bien lo que quieren".

¿Quiénes dicen esto?

En primer lugar, los publicistas, que, como bien sabemos, son "especialistas en nosotros". Pero también los grandes editores, al menos en sus cada vez más escasos momentos de euforia. Afirman entonces, muy ufanos, que su tarea consiste en "dar a los lectores lo que ellos quieren".

En la práctica, este convencimiento suele traducirse en la triste estrategia de comprar, para el siguiente sorteo, el mismo número que obtuvo el Gordo el año anterior. Es decir, publicar libros lo más parecidos posible al que, de un modo por lo general fortuito, ha protagonizado el último fenómeno de ventas.

¿Qué el campanazo lo ha dado un escritor sueco con una serie detectivesca en torno a unos asesinatos en serie? Todos a buscar autores escandinavos que escriban trhillers.

¿Qué lo ha dado una novela de iniciación con un subido contenido erótico? Todos a buscar relatos picantes que de paso cumplan la noble función de hacer un poco de pedagogía sexual.

Las leyes de la balística sugieren que, en caso de bombardeo, lo más seguro es protegerse en el cráter abierto por un cañonazo reciente. ¿Por qué? Pues porque es altamente improbable, al parecer, que justamente allí vuelva a caer una nueva bala. Eso lo sabían bien los soldados de infantería que durante la Gran Guerra debían avanzar por terrenos expuestos al fuego enemigo.

En la pugna por llevarse el gato al agua a la hora de vender libros, resulta cómico, a menudo, ver a los editores amontonados en el cráter abierto por el último best-seller, esperando en vano saltar por los aires cuando vaya a caer allí el próximo proyectil.

Ante un espectáculo así, parece más razonable regresar al primer predicado y convenir con Stephen King y Donna Tartt que, en efecto, los lectores no saben lo que quieren. O, por decirlo más plausiblemente: que no lo saben de antemano, de modo que corresponde a los escritores, secundados por los editores, hacérselo ver.

De esta premisa no cabe deducir, sin embargo, ninguna certeza previa. Ya se ha visto lo que Donna Tartt responde a la pregunta sobre el secreto de su éxito: "Ni idea". Y lo mismo Stephen King.

Por supuesto que no hay que creerlos al pie de la letra. Algo saben -ellos y tantos otros autores de best-sellers- cuando aciertan una y otra vez a conectar con el gran público. No parece tan difícil saber, cuando menos, lo que ese público no quiere de ninguna manera. Por otro lado, su criterio (el del público) combina una cantidad muy reducida de variables, desdichadamente. De modo que sin duda cabe restringir a un mínimo el campo de actuación del azar.

Si bien la cuestión admite otro planteamiento, consistente en no conformarse con lo que los lectores saben o dejan de saber acerca de lo que quieren. No limitarse a -en el mejor de los casos- "hacérselo ver", sino plantearse la posibilidad de que cabe enseñarles cosas nuevas, desconocidas. Que es posible para ellos adquirir otros saberes de los que ya tienen. Que es posible incluso hacerles saber lo que no quieren saber, aquello a lo que cierran los ojos a veces deliberadamente.

Una literatura, sí, hecha de revelaciones y no de constataciones. Nada de secretos: hallazgos, aprendizajes. Es decir, riesgo y conquista.