Ignacio Echevarría

La amistad y la complicidad con Matías Rivas, director de Ediciones Universidad Diego Portales (Santiago de Chile), me han permitido observar de cerca, en el transcurso de los últimos diez años, el desarrollo de un proyecto editorial insólito, que se cuenta probablemente entre los más atractivos y eficientes del ámbito hispánico. Asumiendo las servidumbres y los privilegios de cualquier editorial universitaria, Ediciones UDP, surgida en 1986, emprendió a partir de 2003 una atrevida política editorial resuelta a intervenir en el espacio cultural chileno y, más ampliamente, de la lengua castellana. Con este propósito, y renunciando de antemano a competir en el concurrido terreno de la narrativa, se propuso ocupar algunos de los clamorosos vacíos existentes, dentro y fuera de Chile, en los campos de la poesía, del ensayo y, más recientemente, de la crónica y del testimonio. A las más o menos convencionales colecciones de Derecho, Educación, Psicología, Diseño, Arquitectura y otras materias académicas, la editorial agregó nuevas líneas de perfil más abierto, dirigidas a un público no especializado. A través de ellas ha constituido en apenas una década un fondo editorial portentoso, en el que la gran poesía chilena del siglo XX dialoga con la mejor poesía norteamericana contemporánea (Lowell, Williams, Ashbery), y textos raros o poco divulgados de autores como Handke, Beckett, Lampedusa y Schnitzler actúan de contrapunto a sendos volúmenes de ensayos críticos y literarios de algunas de las más reconocidas y concernientes voces de las letras hispánicas actuales (de Rafael Sánchez Ferlosio a Beatriz Sarlo, de Belén Gopegui a Horacio Castellanos Moya, pasando por Juan Villoro, Pedro Lemebel, César Aira, Alan Pauls, Rafael Gumucio y un largo y creciente etcétera). A lo que conviene sumar el rescate de autores como José Donoso, Julio Ramón Ribeyro o Jorge Ibargüengoitia, o la publicación de libros tan singulares como Bolaño por sí mismo, suculenta compilación de entrevistas y declaraciones de Roberto Bolaño impecablemente realizada por Andrés Braithwaite.



Que el servicio de ediciones de una universidad desarrolle con capacidad de seducción y éxito más que apreciable una política de equipamiento cultural destinada a abastecer los intereses de una amplia franja de lectores cultos, dentro y fuera de Chile, es lo que confiere a Ediciones UDP su singularidad. Pero América Latina bulle de sellos editoriales cuyos catálogos merecen una atención que desborda ampliamente las fronteras de los países en que se alojan, pues tiene por horizonte el del idioma común. No pocos de ellos han contado con una discreta presencia en la Feria del Libro de Madrid, que concluye esta misma semana. Las novedades de estos sellos llegan a veces a las librerías españolas (al menos a las más importantes), que no suelen poner reparos a importarlos a petición de sus clientes, cuando no lo hacen por propia iniciativa. Donde no llegan las librerías, llegan sin demasiada dificultad los servicios de distribución de las mismas editoriales o, con más rapidez, las tiendas online. El caso es que, pese a las importantes limitaciones que la distancia y las políticas arancelarias imponen al tráfico de libros entre los distintos países de habla castellana (tanto mayores cuando se trata de cruzar el Atlántico), es posible, en la actualidad, acceder con relativa rapidez y sin excesivo sobrecoste a libros que, por no ser lo suficientemente comerciales, es improbable que lleguen rutinariamente a las librerías de países distintos a aquellos en que han sido publicados, por grande que sea su interés.



Así las cosas, cabe preguntarse si no correspondería a los suplementos culturales dar una información más amplia de esos libros, convenientemente seleccionados. Cumplirían con ello un inestimable servicio a la integración y cohesión cultural de todo el ámbito de la lengua, favoreciendo el tráfico de bienes y el potenciamiento de las políticas editoriales más valiosas y exigentes.



En la actualidad, los más destacados suplementos culturales de la prensa española -entre los que se incluye El Cultural- cifran buena parte de su influencia en su proyección en Latinoamérica a través de la red. Siendo así, resulta contradictorio que luego obvien ocuparse de novedades procedentes de fuera de España, o que lo hagan de manera irregular y azarosa. Por el contrario, deberían fomentar la comunidad internacional de los lectores en castellano brindándoles noticia cabal de aquellos libros que, debido su incuestionable aliciente cultural, o a su capacidad de interpelación colectiva, se dirían destinados a nutrir la ideal biblioteca común del lector contemporáneo, que ignora territorios y aduanas.