Ignacio Echevarría

En una de las primeras columnas de esta sección, hará pronto cuatro años, sugería un cierto paralelismo entre los nuevos editores y los djs. "Dj editores", se titulaba la columna, y en ella especulaba yo con la idea de que, entre las razones que contribuían a explicar la casi alarmante proliferación de pequeñas editoriales, se contara la satisfacción que al parecer produce captar y modular tendencias emergentes, compartir y promover el propio gusto, con todo cuanto ello entraña de vanidad pero también de generosidad.



Posteriormente, dediqué otras dos columnas a especular con la posibilidad de que, todavía más acusadamente, también el crítico literario estuviera asumiendo a su vez el papel del dj. Partiendo de una provocativa propuesta lanzada por el crítico alemán Reinhard Baumgart en 1968, postulaba que la del dj venía perfilándose como la figura más representativa del tipo de autoridad cultural que, de un tiempo a esta parte, prospera en las democracias comerciales, en las que la tradicional jerarquía entre el artista y el espectador viene siendo profundamente trastocada, muy especialmente a partir de la expansión de internet.



Me ha venido todo esto a la cabeza con ocasión de enterarme de la forma en que Claudio López de Lamadrid, editor de Penguin Ramdom House, ha resuelto enfrentar la sucesión de Constantino Bértolo en Caballo de Troya. En una rueda de prensa celebrada el pasado viernes, Claudio López anunció su decisión de que, en adelante, la dirección de este sello (sobre el que les hablé en una columna publicada hace unos pocos meses) se confíe cada año a una persona distinta (la primera: la escritora Elvira Navarro), que dispondrá de doce meses para armar una pequeña programación conforme a sus propios gustos y criterios, ensayando su talento para conectar con los lectores y detectar nuevos autores.



La iniciativa resuelve muy ingeniosamente la dificultad de reemplazar a un director literario tan particular y carismático como Bértolo, cuya política editorial ha consistido en hacer de Caballo de Troya una editorial política, en un sentido amplio del término que, adelantándose a los vientos que ahora soplan, reivindicaba la capacidad que la literatura tiene o debería tener de incidir crítica o polémicamente en el debate social. Dado que se trata de un sello pequeño y casi testimonial, el riesgo es en cualquier caso asumible, y a cambio se abre la puerta a la sorpresa e incluso, por qué no, al golpe de suerte.



En el lenguaje de los clubes se habla de djs residentes y djs invitados. Los primeros son los que pinchan regularmente en el club. Los djs invitados son los que lo hacen ocasionalmente, beneficiándose por lo general de la expectativa que suscita la novedad -tanto más si se ofrece precedida de algún reclamo-, pero enfrentándose a la dificultad de conectar con un público ya habituado al estilo de los djs residentes.



La iniciativa de Claudio López parece hasta cierto punto mimetizar, en el campo editorial, las prácticas de los clubes. Es de suponer que se espera del editor invitado que anime la pista, por así decirlo. Que, en el corto recorrido de su "turno" como editor, acierte a poner en circulación nuevas voces, acaso nuevos estilos, nuevas tendencias; que se revele capaz de interpelar a una potencial comunidad de lectores, y que lo haga a partir de sus propias complicidades y afinidades.



La fórmula, en cualquier caso, se orienta en esa misma dirección en la que la figura del dj, decía yo, se viene perfilando como la más característica del tipo de influencia que se espera de los llamados agentes culturales. Una influencia que actúa por contagio, que no se impone de arriba abajo sino que redistribuye impulsos, intereses que el agente cultural cataliza después de haberlos dinamizado con "intuición experta" (como diría Heidegger).



Junto a la del dj, la otra figura emblemática de la nueva autoridad cultural sería el comisario de muestras. También en su caso se trata de una autoridad delegada y continuamente desplazada, en la que el criterio se ejerce desde una perspectiva personal, que camufla o pantallea su dimensión institucional (vale decir, llegado el caso, empresarial). La persistente suspicacia hacia cualquier forma de autoridad no deja de dar lugar, a pesar de todo, a la añoranza del criterio (esa modalidad blanda, subjetivada y no agresiva de la autoridad), de donde vienen emergiendo nuevos ensayos de construcción de liderazgo mediatizados por una cada vez más acusada tendencia a la horizontalidad cultural.



Habrá que ver en qué para todo esto.



Seguiremos observando.