Cabe promover la crítica literaria de varias maneras. La más heroica y problemática, al menos en la actualidad, quizá sea proponerse escribir críticas cabales y enérgicas en unos medios que desconfían cada vez más de ellas. O escribirlas en ese hirviente limbo virtual -la red- donde hacer pública una crítica no equivale exactamente a publicarla.
Más eficaz y plausible parece, de momento, la vía escogida por Andreu Jaume, poeta y homme de lettres, quien, valiéndose de los medios que le procura su buen oficio de editor, hace ya tiempo que viene poniendo en circulación, en volúmenes cuidadosamente armados y presentados, el trabajo de algunos de los más eminentes críticos contemporáneos.
Gracias a su impulso y a sus cuidados, la editorial Lumen ha publicado en los últimos años un puñado de libros verdaderamente ejemplares que, dadas las circunstancias, pienso que contribuyen más que ninguna otra cosa a comprender la importancia y el sentido de la crítica, a impregnarse del espíritu que la mueve y que la solicita.
Una amplia selección de la obra crítica de Cyrill Connolly, otra de Edmund Wilson; una estupenda colección de los ensayos de T.S. Eliot (La aventura sin fin), otra de los ensayos de W.H. Auden (El arte de leer): tales son los argumentos con que Jaume trata de persuadir a los buenos lectores del interés y de la necesidad de la crítica, de la pasión intelectual que la sostiene, también -por qué no decirlo- de su espectáculo y su belleza.
A esta mano de ases acaba de sumarse una valiosa compilación de los prefacios y ensayos de Henry James. La locura del arte, se titula, y recoge, soberbiamente prologados por Jaume, una esmerada selección de los prefacios que, ya hacia el final de su vida, James escribió con motivo de la reedición revisada de la mayor parte de su obra, a los que se suma una intencionada gavilla de textos escritos por James en distintos momentos de su trayectoria, y en los que reflexiona lúcidamente sobre algunas de sus influencias decisivas (Balzac, Flaubert, George Eliot), así como sobre cuestiones importantes relacionadas con su proyecto como narrador.
Estas cuestiones son, en concreto -así se titulan los artículos respectivos-, El arte de la ficción, El futuro de la novela y La ciencia de la crítica. Los textos en que James discurre sobre ellas fueron escritos entre 1884 y 1891, un período decisivo para el novelista, correspondiente al despegue del “tenso y ambiciosísimo” ciclo narrativo que empieza con Retrato de una dama (1881) y concluye en La copa dorada (1904).
Pocas veces se tiene ocasión de ver a un grandísimo novelista clamar casi desesperadamente por “la Crítica, la Discriminación y la Apreciación” (así lo escribe James en una carta de 1908). James, de hecho, vincula “el futuro de la novela” al desarrollo solidario de una crítica eficiente, una expectativa que se le antoja improbable en un ámbito como el anglosajón, en el que, “en nueve de cada diez casos, la reseña es un esfuerzo de la inteligencia tan ruinoso como al incompetencia del producto sobre el que farfulla”.
Con alarmante perspicacia (con la que diagnostica precozmente -como bien señala Jaume- aquello mismo sobre lo que Rafael Sánchez Ferlosio teorizaría al referirse a “las cajas vacías”, en una célebre conferencia leída justo cien años después, en 1993), observa James cómo “la literatura en los periódicos es una enorme boca que hay que alimentar, un recipiente de inmensa capacidad que hay que llenar”, de manera tal que, a falta de contenidos sustanciosos, se echa mano de “los maniquíes de la crítica, los recurrentes y regulados interruptores en la marea de la cháchara”.
Así ocurre en el marco de una época en la que ha surgido “un inmenso público, si es que se lo puede llamar así, inarticulado pero profundamente absorbente, que asocia el volumen impreso sólo al ocio”. Un fenómeno al que James se refiere en estos términos: “Estamos en presencia de millones de lectores para quienes el gusto no es sino un oscuro instinto confuso y urgente”. De lo que se ha derivado una situación, al parecer todavía vigente, que el mismo James describe con acentos así de deprimentes: “La vulgaridad, la crudeza y la estupidez que la apreciada combinación entre la reseña improvisada y nuestro maravilloso sistema de publicidad han puesto en circulación a una escala tan vasta pueden verse como una invención sin precedentes pensada para negar la valoración”.
De aquellos polvos, estos lodos.