Ignacio Echevarría

Por fin he leído Chaqueta Blanca, de Herman Melville. Qué libro admirable. Lo he hecho en la edición de Alba (1998, 2ª ed. 1999), inencontrable ya, por cierto. Llevaba tiempo queriéndolo leer, impelido por la viva, casi apremiante recomendación de su escrupuloso traductor, José Manuel de Prada Samper, y de su editor, Luis Magrinyà. Atribuyo a este último el certero texto de cubierta, en el que se describe Chaqueta Blanca como "un libro hermoso y complejo, mezcla de novela, erudición y reportaje", y se concluye que, "animado por una conciencia humanista que se planta ante el principio de autoridad, y por una sensibilidad pareja para lo lírico, lo heroico y lo grotesco", Chaqueta Blanca es "uno de los títulos cruciales del autor de Moby Dick".



El libro lleva por subtítulo "El mundo en un buque de guerra", y a eso mismo están dedicadas sus más de seiscientas páginas: a "proporcionar una idea de la vida a bordo de un buque de guerra", concretamente una fragata enseña de la Armada de Estados Unidos, la Neversink, nombre bajo el que se disfraza la United States, en la que Melville se enroló como marinero común cuando estaba en Honolulú, en agosto de 1843 (contaba entonces veinticuatro años de edad), y en la que cumplió catorce meses de duro servicio antes de desembarcar en Boston en octubre de 1844.



Escrito en sólo dos meses, durante el verano de 1849, Chaqueta Blanca es un testimonio desgarrado y apasionante sobre un microcosmos -el constituido por un buque de guerra- que bajo la mirada de Melville adquiere, en relación a la sociedad de los hombres y su política, una dimensión alegórica. Son incontables los alicientes de un libro como este, pero, a riesgo de espantar a no pocos lectores tan alérgicos como yo mismo a la retórica del imperialismo yanqui, quiero destacar aquí el que lo señala -con ejemplaridad mayor aún que la de Moby Dick- como documento todavía vibrante del espíritu con que se fraguó la democracia norteamericana. En pocos lugares se tiene la oportunidad de vislumbrar con tanta claridad y hondura los fundamentos morales y el espíritu profundamente igualitario que concurrieron en su nacimiento.



El predestinacionismo puritano, que tan determinante influencia tuvo en la consolidación de la conciencia patriótica de Estados Unidos, encuentra en estas páginas algunas de sus más encendidas formulaciones. La más elocuente sirve de colofón a cuatro formidables capítulos (XXIII-XXVI) dedicados a execrar y rebatir el uso de la flagelación como castigo ordinario en la Armada estadounidense. Arrastrado por la fuerza de sus incontestables argumentos, Melville emprende de pronto una arrebatada proclama del papel que le corresponde desempeñar a Estados Unidos como "vanguardia de las naciones". Entre las enormidades que salen de su pluma se lee allí: "Nosotros los americanos somos el pueblo especial, elegido, el Israel de nuestra época. Nosotros llevamos el arca de las libertades del mundo […] Dios nos ha predestinado para grandes cosas, y la humanidad las espera de nosotros […] Somos los pioneros del mundo […] En nuestra juventud está nuestra fuerza […] Durante mucho tiempo hemos dudado de si, en verdad, había llegado el Mesías político. Pero ha llegado en nosotros, si nos atrevemos a dar expresión a sus designios. Y recordemos siempre que con nosotros, casi por primera vez en la historia de la Tierra, el egoísmo nacional es una filantropía sin límites, pues no podemos hacerle un bien a América sin al mismo tiempo dar limosna al mundo".



Glups.



Muy grande ha de ser un libro, y muy ancha la humanidad de su autor, para pasar por alto líneas como éstas. Pero, bien mirado, no hay por qué pasarlas por alto; antes conviene atender a cómo resuenan en un texto tan cordial, tan generoso, tan sabio. Y entonces contrastarlas con la fraseología a menudo empleada por Obama y sus predecesores para justificar las más inaceptables atrocidades e intromisiones. Se puede alcanzar así un aleccionador vislumbre del fundamento religioso y de la naturaleza teocrática del entretanto cada día más corrompido imperialismo estadounidense, justificado siempre en nombre del "Gran Dios Democrático", como se lee en Moby Dick.



En descargo de Melville, cabe recordar cómo en su obra maestra, publicada en 1851, apenas un año después de Chaqueta Blanca, acertó a presagiar los rumbos tan aciagos a que el delirio de su capitán podía encaminar un barco ballenero, un tipo de buque que en la misma novela es exaltado como agente fundamental de la "evangelización" democrática del planeta entero.