Ignacio Echevarría

Se supone que las vacaciones de verano son especialmente propicias para la lectura. Y que lo son porque el trabajador común dispone durante ellas de una gran cantidad de tiempo libre, o de tiempo muerto (dos conceptos estos -el de tiempo libre y el de tiempo muerto- que ya Adorno observó cómo delatan su pertenencia a la esfera del trabajo, en la que el tiempo transcurre cautivo de un sistema de explotación, y en la que se estima que carece de valor todo instante improductivo, no susceptible de rentabilidad).



Todo descansa sobre la idea de que, durante el resto del año, el trabajo impide al lector aficionado encontrar el tiempo adecuado para leer. Pero, aun aceptando que así sea, lo cierto es que durante las vacaciones compiten con la lectura un montón de actividades pretendidamente "ociosas" (como la televisión, el deporte, la llamada vida social, la de familia, las salidas nocturnas, los paseos turísticos, algún concierto, etcétera) que exigen no poca dedicación, y que se comen buena parte del tiempo "liberado".



En vacaciones o no, la actividad lectora ha solido adaptarse particularmente, tanto o más que al tiempo libre, a los tiempos muertos, es decir, aquellos que no cabe dedicar a casi ninguna otra actividad, del tipo que sea. Así, por ejemplo, el rato que uno pasa en el metro o esperando un autobús; el que consume en un trayecto de tren; el que transcurre entre un chapuzón y otro, al sol o bajo una sombrilla; la pausa forzosa entre dos citas. Todos esos momentos, a veces difíciles de ser ocupados de ninguna otra manera, solían ser especialmente aptos para la lectura. Pero he aquí que, de unos años a esta parte, han sido colonizados por los teléfonos inteligentes y sus múltiples prestaciones, que con frecuencia reclaman una actividad lectora, si bien de un orden distinto al que remite convencionalmente la idea más común de lo que supone leer.



Aun así, se da por hecho, quizás con buenas razones, que durante las vacaciones se lee más que en otras épocas del año. Convengamos que sea así, y que una importante cantidad de lectores pasivos, latentes o muy poco disciplinados aprovechan esos días para activar o intensificar una afición para la que comúnmente les cuesta encontrar tiempo. Convendría plantearse entonces si no sería el momento adecuado para interpelar a esos lectores, para incitarlos a reflexionar sobre sus propias lecturas, confrontarlas, enriquecerlas; para abrir nuevos territorios a su curiosidad, ayudar a explorarlos; para informarlos cabalmente de las novedades acontecidas, para hacer balances críticos de sus méritos y de su interés, para cribar o ampliar las pistas y las referencias acumuladas en el transcurso del año.



Pues uno diría que el tiempo "liberado" para las lecturas pendientes lo es también -al menos para una franja relativamente amplia de lectores- para asomarse con la conveniente calma y amplitud a tantos asuntos que durante el resto del año llaman la atención de uno sin que encuentre el modo de hincarles el diente. Entiendo que, sometida al calendario laboral, la actividad de la industria editorial quede en suspenso durante parte del verano. Me cuesta más entender (como no sea en función de su servidumbre a esa industria editorial) que, adaptándose a las rutinas establecidas, no pocas plataformas culturales, entre ellas revistas y suplementos de libros, también suspendan, minimicen o trivialicen sus actividades precisamente durante las pocas semanas en que sus supuestos destinatarios se hallan en las mejores condiciones para hacer uso del servicio que les brindan.



Nada más lejos de mi propósito que fastidiar las vacaciones de verano a nadie, y menos que a nadie a quienes formamos parte del equipo de El Cultural. Pero me pregunto si no convendría ajustar mejor los calendarios culturales, los académicos y los comerciales, aun a costa de desacompasarse respecto al calendario laboral, y plantearse cuál es la "temporada alta" de la lectura y del "consumo" efectivo de libros. Y si en efecto ocurre que ésta coincide con las vacaciones de verano, entonces lo propio, se diría, sería actuar en consecuencia y aprovechar esas semanas para intensificar la oferta cultural ligada a esa experiencia de la lectura.



Los países del hemisferio sur cuentan con la ventaja de que las vacaciones de verano coinciden con el comienzo del año, y eso contribuye a ordenar las cosas, así da gusto. Pero por estos pagos yo no veo más que un desbarajuste tan difícil de explicar como, me temo, de remediar.



Que disfruten.