Ignacio Echevarría

Historias del señor Keuner es el título de una notable colección de textos breves -viñetas y apólogos de corte satírico-sapiencial- que Bertolt Brecht escribió a lo largo de toda su vida y que fue publicando en la prensa de la época a cuentagotas, siempre con mucho cálculo e intención.



Se me antoja leer dos de esas historias con la vista puesta en la candente "cuestión catalana".



La primera se titula "El amor a la patria, el odio a las patrias", y no precisa comentario alguno:



"Paseando en cierta ocasión por una ciudad ocupada por el enemigo del país donde vivía, al señor Keuner le salió al encuentro un oficial de ese enemigo y lo obligó a bajar de acera. El señor Keuner bajó y se dio cuenta de que estaba indignado con ese hombre, y no sólo con él, sino sobre todo con el país al cual pertenecía, al extremo de desear que lo borrasen de la superficie de la Tierra.



-¿Por qué razón -preguntó el señor Keuner- me convertí en ese instante en un nacionalista? Porque me encontré con un nacionalista. Por eso es preciso aniquilar la estupidez: porque vuelve estúpidos a quienes se encuentran con ella. El amor a la patria -añadió el señor Keuner- es, como todo amor, una carga voluntaria y, como mucho, resulta pesada para el objeto amado. Otra cosa es lo que ocurre con el amor a la patria que se manifiesta como odio hacia otras patrias. Es molesto para todos".



La segunda historia, bastante menos explícita, admite ser leída en relación al diálogo de sordos que desde hace ya demasiados meses mantienen los señores Mas y Rajoy. Se titula "Propuesta para cuando una propuesta no es aceptada", y reza así:



"El señor Keuner recomendaba añadir en lo posible a toda propuesta de reconciliación una segunda propuesta para cuando la primera no se tomase en cuenta. En cierta ocasión, por ejemplo, tras aconsejarle a alguien que actuara de una manera determinada, pues así perjudicaría al menor número posible de personas, le describió otra forma de proceder, menos inocua, aunque tampoco la más despiadada.



-Al que no puede hacerlo todo, -dijo-, no se le debe eximir de hacer al menos lo poco que pueda".



Así habla Keuner.



Respecto a la "actitud", ese resbaladizo concepto que tan importante papel viene desempeñando en la comedia que, impasibles, interpretan a los ojos de todos nosotros los señores Mas y Rajoy, dice Keuner: "Hay quienes sólo pueden hacer una cosa si no quieren perder su prestigio. No pudiendo hacer frente a las necesidades, sucumben fácilmente. Pero quien mantiene una actitud, puede hacer muchas cosas sin perder su prestigio".



Y dice además: "A menudo observo que adopto la actitud de un padre, pero no realizo sus actos. ¿Por qué haré otras cosas? Porque las necesidades son distintas. Observo, eso sí, que la actitud se mantiene más tiempo que la forma de actuar; se resiste a las necesidades".



Dos observaciones que encuentran una excelente ilustración práctica en la siguiente anécdota que el señor Keuner cuenta acerca de sí mismo:



"En cierta ocasión yo también adopté una actitud aristocrática (ya sabéis: firmes, erguidos y altivos, la cabeza echada hacia atrás). Me hallaba en medio de una marea ascendente, y cuando el agua me llegó a la barbilla, decidí adoptar esa actitud".



Y bueno, les va a parecer a ustedes que he regresado muy críptico de este verano raro que ha hecho en Cataluña, donde el sol apenas ha brillado netamente a lo largo de dos meses de cielo borroso y desaliñado. Será el tiempo, no digo que no. Pero digo también que sólo en clave oracular cabe arriesgar pronóstico alguno sobre lo que vaya a pasar en un país -Cataluña, España, lo mismo da- en el que, efectivamente, unos y otros fían su prestigio al mantenimiento imperturbable de actitudes de las que ya nadie sabe a qué necesidades hacen frente.



Y como todavía queda espacio les transcribo otra historia del señor Keuner:



"A un obrero le preguntaron ante el tribunal si quería utilizar la fórmula laica o la religiosa para prestar juramento. Él respondió: ‘Estoy sin trabajo'.



"-Esto no fue sólo una distracción -comentó el señor Keuner-. Con esta respuesta dio a entender que estaba en una situación en la que semejantes preguntas, y quizá todo el procedimiento judicial en sí, no tenían ningún sentido".