Ignacio Echevarría

Me asomo a uno de esos asuntos que suelen ser calificados de "vitriólicos". Lo hago al hilo de mi reciente lectura de la entrevista completa que Jonathan Cott hiciera a Susan Sontag para la revista Rolling Stone, recientemente publicada por Ediciones Universidad Diego Portales, en traducción de Alan Pauls. Hasta hace poco sólo se conocía la versión abreviada, la publicada por la revista en 1979, apenas una tercera parte. El año pasado, Cott se decidió a rescatarla entera, y el resultado es una pieza excepcional, un apasionante travelling por los intereses y las opiniones de Susan Sontag realizado cuando la autora tenía 45 años, en plena y radiante madurez.



En un momento dado, basándose en unas declaraciones de la escritora francesa Hélène Cixous, Cott plantea la posibilidad de que exista una literatura característicamente femenina, y Sontag la rechaza de plano. En sus declaraciones, Cixous sostiene que "desde el momento en que se acepta que la escritura brota del cuerpo entero, y no sólo de la mente, es preciso admitir que transcribe todo un sistema de impulsos, toda una serie de concepciones del gasto emocional y el placer completamente diferentes". A lo que Sontag replica: "Sin duda pienso que alguna diferencia hay, no mucha, entre la sensualidad masculina y la femenina, una diferencia que todo en nuestra cultura contribuye a incrementar. Quizás haya una diferencia de raíz ligada a las distintas fisiologías y los distintos órganos sexuales. Pero no creo que exista una escritura femenina o masculina… Si las mujeres han sido condicionadas para pensar que deberían transcribir sus sentimientos, que el intelecto es masculino, que pensar es una cosa brutal y agresiva, entonces por supuesto que escribirán otro tipo de poemas, de prosa o de lo que sea. Pero no veo la razón por la cual una mujer no pueda escribir cualquier cosa que escriba un hombre y viceversa".



La opinión de Sontag sobre la cuestión está determinada por su propia posición dentro del debate del feminismo. Con la misma firmeza que emplea contra los estereotipos, Sontag se resiste a todo tipo de segregación en razón del sexo, aun cuando esa segregación propone modelos de alteridad respecto a los poderes constituidos, y aspira a subvertirlos. "Tratar de fundar una cultura separada es una manera de no buscar el poder -sostiene Sontag-, y yo creo que las mujeres tienen que buscar el poder. No creo que la emancipación de las mujeres sea sólo una cuestión de tener igualdad de derechos. Es una cuestión de tener igualdad de poder, y ¿cómo habrán de conseguirla si no es participando de las estructuras ya existentes?".



Lamento admitir que ignoro si los debates en torno al feminismo han alterado sustancialmente estos planteamientos durante las últimas tres décadas. Así, a pie de calle, me da la impresión de que no, pero vaya uno a saber. Mi impresión es que, lejos de progresar, la supuesta "revolución" feminista no ha hecho más que perder posiciones. Como sea, las opiniones de Sontag chocan, de entrada, con mi instintiva tendencia a pensar que sí, que existe una escritura característicamente femenina, más allá de los estereotipos que configuran la más conspicua literatura "mujeril", obediente -ella sí- a todo lo que una sociedad sin duda machista espera de ella.



Mi santoral literario está cada vez más poblado de escritoras. En la mayor parte de ellas encuentro rasgos no sólo de sensibilidad sino también de pensamiento -de inteligencia- que no suelo reconocer en la literatura escrita por hombres. Lo cual me inclina a suscribir las opiniones de Cixous cuando sostiene, por ejemplo, que "la feminidad produce en la escritura una impresión de continuidad mucho mayor que la masculinidad. Es como si las mujeres fueran capaces de permanecer debajo de la superficie, y sólo rara vez subieran a tomar aire". Pero transcribo estas palabras y comparto de pronto la irritación que producen en Sontag. Percibo el peligro que entraña no tanto pensar esto como deducir de ello una virtud específica y hasta cierto punto exclusiva, de la que no es difícil derivar unos de tantos tópicos que contribuyen a esa segregación sexual a la que Sontag se opone. Según ésta, las particularidades de su propia obra no tienen nada que ver con el hecho de que sea ella mujer. "Tienen que ver conmigo -dice-, y una de mis características es que soy mujer".



Claro que cabe añadir mucho a esto último. Así que me temo que habrá que volver sobre el asunto.