Ignacio Echevarría
De regreso a Chile después de haber pasado unos días en Madrid, un querido amigo -editor atento, exigente e inquieto- me escribe con algún desaliento sobre la impresión que le causó pasearse por las librerías de la ciudad, en las que detectó un claro desinterés por las novedades procedentes de Latinoamérica. Le pareció que, en la hora actual, la cultura española se muestra mucho más receptiva a Europa y Estados Unidos que a Latinoamérica. Las mesas de las librerías que visitó, me decía, estaban repletas de traducciones de autores polacos, húngaros, rusos, además de anglosajones, alemanes o franceses, y apenas exponían a ninguno latinoamericano, como no se tratara de los más consabidos, como Mario Vargas Llosa. Este desinterés contrastaría, según mi amigo, con la relativa curiosidad que observó en su viaje anterior, dos o tres años atrás, y que entretanto parece haberse desinflado.Suscribo las impresiones de mi amigo, aun sin disponer de ninguna evidencia estadística que las respalde. He asistido con algún escepticismo a las efusiones a que ha dado lugar, en los últimos años, la sin duda saludable intensificación del tráfico editorial entre España y Latinoamérica. He señalado más de una vez el carácter sospechosamente radial de los cauces en que ese tráfico se produce, y que tiene por consecuencia la priorización -la homologación, de hecho- de unos determinados estándares narrativos y lingüísticos. A esta situación hay que añadir la escasez de interlocución entre una y otra orilla del Atlántico, de canales de intercambio cultural, de corresponsales caracterizados, capaces de destacar el interés y la novedad de tendencias, autores y libros que no circulan por los circuitos establecidos. Y, por supuesto, la general insolvencia de una crítica despistada, mal dispuesta a tratar las pocas propuestas realmente singulares que ocasionalmente consiguen el aval de algún editor aventurero.
El caso es que, pese a los reiterados intentos de la industria editorial de importar nuevos autores latinoamericanos, son pocos, proporcionalmente, los que logran atraer en grado suficiente el interés de los medios y de los lectores, de las instituciones y de los libreros. Lo más corriente es que cundan el desentendimiento y la ignorancia ostentosa, como suele constatarse en las tradicionales encuestas sobre los mejores libros de año que por diciembre hacen revistas y diarios.
En Barcelona, por ejemplo, ciudad que se jacta de ser el escenario en que se fraguó el boom de la narrativa latinoamericana (como Xavier Ayén documenta con abrumadora prolijidad en su monumental Aquellos años del boom, RBA), el Gremio de Libreros viene concediendo desde el año 2000 un premio a la mejor obra de narrativa publicada el año anterior en cualquier lengua en cuya lista de galardonados no figura ningún autor latinoamericano. Pero lo más sangrante es que tampoco figura ninguno entre los cinco o seis finalistas que se hacen públicos cada año. Y eso que la década 2000-2010 ha sido la de mayor receptividad del mercado editorial español a la literatura proveniente de Latinoamérica.
El dato es indicativo de la desproporción entre el caudal de libros escritos por autores latinoamericanos que ponen en circulación, con loable insistencia, editoriales de calibre tan diverso como Candaya, Anagrama o Random House (por nombrar tres barcelonesas) y la discreta recepción de que son objeto. Y algo parecido cabría concluir a partir de los premios literarios a autores latinoamericanos (el último de ellos, el Planeta recién concedido al mexicano Jorge Zepeda).
En una columna reciente ("Hasta cuándo esperan los libros", se titulaba), Javier Marías cargaba la mano contra el suplemento de libros Babelia, al que reprochaba, entre otras cosas, la "desproporcionada atención" que viene concediendo de un tiempo a esta parte a la literatura latinoamericana. Con indisimulada irritación, apreciaba Marías "un voluntarismo rayano en la adulación" en la insistencia empleada a sus ojos en propagar "que hay cien ‘genios' en México, en la Argentina, en Colombia, en el Perú, en Chile, en cada país de habla española". Y es cierto que, por razones estratégicas, relativas a los planes del diario al que pertenece, empeñado en conseguir una mayor implantación en Latinoamérica, Babelia ha hecho gala de ese voluntarismo que Marías denuncia y que parece contradecir cuanto vengo observando. Pero ese ocasional voluntarismo, transido a partes iguales de condescendencia y, sí, de adulación, no es la mejor vía para consolidar un interés efectivo, que sólo atraerán las prospecciones de una curiosidad genuina (como la que existe, desde hace mucho, en Francia) y un diálogo mucho más fluido entre los países concernidos.