Ignacio Echevarría
A comienzos de este año, el Premio González Ruano de Periodismo, que venía concediendo la Fundación Mapfre desde el año 1975, fue cancelado para reconvertirse en Premio de Relato Corto Fundación Mapfre. Aunque los responsables de la fundación lo niegan, todo indica que en el trasfondo de la medida se halla la publicación, la pasada primavera, de El marqués y la esvástica (Anagrama), una valiente y minuciosa investigación llevada a cabo por la traductora y ensayista Rosa Sala y por el periodista y reportero de guerra Plàcid García-Plana. Los dos, al hilo de un pasaje de las memorias del guerrillero del maquis Eduardo Pons Prades, quisieron esclarecer las truculentas acusaciones que se vertían allí sobre el celebrado escritor y periodista español. No obtuvieron pruebas de que González Ruano estuviera relacionado con las masacres de judíos fugitivos en Andorra durante la Ocupación, pero en el camino desvelaron un montón de indicios y de datos irrebatibles que hacen patentes los vínculos de González Ruano con los nazis (para los que trabajó a sueldo como propagandista), su antisemitismo declarado y su conducta bastante más que canallesca antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial.La razón de que la Fundación Mapfre patrocinara un premio dedicado a la memoria de González Ruano es, al parecer, bastante circunstancial. Se debe a la compra, para convertirlo en su sede, del edificio en que se hallaba enclavado el café Teide, donde Ruano solía escribir sus artículos. Posteriormente la fundación se hizo con el archivo del escritor, que actualmente custodia, y cuya consulta vetó a los autores del libro mencionado, una vez conocidos los rumbos de su investigación.
Uno se pregunta cómo los responsables de la fundación no se pensaron algo más el vincularla a la memoria de un legado tan dudoso. Pero a quien corresponde, en realidad, dirigir la pregunta es a todos aquellos que, durante los 38 años que el premio ha sido concedido, lo aceptaron tan alegremente, sin inquietarse por las sórdidas resonancias ligadas al personaje al que estaba dedicado.
Uno tiende a pensar que entre las obligaciones de un intelectual responsable (o de un simple periodista o escritor), tanto más si suscribe según qué principios, se cuenta la de informarse acerca de la personalidad a la que está dedicada el premio que se dispone a aceptar, por aquello de no honrar a quien no lo merece. No todo consiste en coger el dinero y salir corriendo. Tanto menos cuando, para ganarlo, uno debe postularse al premio, presentando su artículo (como era el caso del González Ruano).
No hacía falta esperar al libro de Rosa Sala y Plàcid García-Planas para abrigar todo tipo de aprensiones hacia la figura de González Ruano, franquista y filonazi profeso, cuya tumultuosa reputación no era un secreto para nadie (su Diario íntimo circula desde 1951). En su caso, ni siquiera la calidad de sus escritos sirve de señuelo o compensación, pues se trata de un polígrafo de segunda, cultivador de esa refitolera prosa lírica de raigambre novecentista, orteguiana, que -como señalaba Jaime Gil de Biedma, con justificada repugnancia- dio lugar en España a todo tipo de flores venenosas.
Pero, aun si uno opta por no sentirse concernido por la personalidad a la que conmemora el premio que recibe, quizá sí le corresponda prestar atención al perfil de quienes lo han obtenido previamente, tanto más cuando se trata de periodismo, género cuya práctica suele llevar aparejada la reivindicación de ciertos valores éticos y políticos. ¿O es del todo irrelevante, para unos como para otros, ser distinguido con un galardón concedido a Jaime Campmany, a Emilio Romero, a Jiménez Losantos, a Alfonso Ussía, por un lado, y a Manuel Vicent, a Vicente Verdú, a Fernando Savater, a Antonio Muñoz Molina, por otro?
Entreténgase el lector en repasar la lista de los ganadores del González-Ruano: se llevará no pocas sorpresas y verá hasta qué punto constituye un ejercicio casi acrobático de equilibrismo ideológico, muy característico del concepto de cultura -y de periodismo, entendido este como "pieza bonita" - que ha prosperado por estos pagos.
No importa en qué grado intervengan la coquetería o el oportunismo: el rechazo del Premio Nacional por parte de Javier Marías, Jordi Savall y otros contiene, guste o no, un ejemplar llamamiento a la asunción de la responsabilidad que, por el mero hecho de aceptarlo, todo premiado contrae con el galardón que lo distingue, y con las connotaciones que irradia.