Ignacio Echevarría

Cuando se habla de la crítica y del reseñismo se sobrentiende, por lo general, que se está hablando de la crítica o comentario de novedades; más en concreto, de novedades en sentido estricto -es decir, de libros inéditos hasta la fecha- pertenecientes al ámbito de la literatura. Nadie suele tener presente, al debatir sobre la crítica, la dedicada a textos clásicos, pongo por caso; tampoco la dedicada a estudios más o menos especializados. Y aun si se trata de novedades literarias, la atención primera la acapara comúnmente -y es comprensible que así sea, por muchas razones- la crítica orientada a la literatura escrita en la propia lengua. Sólo alrededor de ella tienen lugar las discusiones y las polémicas. De ahí que sean los reseñistas que se ocupan de las novedades literarias de su propio país los que, por encima de otros, imprimen el tono a un suplemento de libros: es con ellos con los que el suplemento en cuestión se juega, por así decirlo, su crédito y su prestigio.



De esta situación de hecho deriva una cierta inercia y una consecuente tendencia a la rutina a la hora de plantearse las obligaciones específicas tanto de quienes se dedican a reseñar literatura extranjera como de quienes se ocupan de textos clásicos. Hay mucho que decir al respecto, pero aquí me voy a limitar a los comentarios de textos clásicos. Me predispone a ello la circunstancia de dedicarme yo mismo, desde hace ya mucho, a la edición de este tipo de textos.



Declaro mi frecuente decepción cuando, conocedor de los esfuerzos que ha entrañado proponer una versión nueva -supuestamente mejorada- de un texto clásico; conocedor de los trabajos empleados en fijarlo y anotarlo, añadirle quizás un estudio o un prólogo presuntamente iluminador, equiparlo con índices, cronologías y cuantas herramientas se estiman pertinentes para su manejo y consulta, leo la reseña correspondiente y me encuentro con que su autor, acudiendo acaso a los recuerdos de una ya vieja lectura de ese mismo texto, se limita a decir generalidades más o menos vagas o ingeniosas sobre el mismo, obviando el comentario de aquellos elementos que distinguen a la edición en cuestión.



En pocos lugares se tiene ocasión de constatar más claramente los estragos que no cesa de hacer el periodismo cultural en el terreno de la crítica.



Pondré un ejemplo reciente y muy ilustrativo, con el que no tengo relación particular. Galaxia Gutenberg acaba de publicar una monumental edición bilingüe de los Ensayos de Montaigne en nueva traducción de Javier Yagüe Bosch. Cabe presumir que el lector común tenga noticia previa de quién es Montaigne y cuál es el valor de sus ensayos, de modo que el interés principal, a la hora de leer una reseña de esta nueva edición, ha de dirigirse sobre todo a averiguar si tanto la versión de Yagüe como los elementos que incorpora (texto francés fijado por André Tournon, introducción, notas y bibliografía) reúnen alicientes suficientes como para preferirla sobre las numerosas ediciones disponibles de la misma obra, algunas tan reputadas como la editada por Acantilado en 2007 y varias veces reeditada (en versión de Jordi Bayol Brau, conforme a la edición de 1595 de Marie de Gournay). Este es el servicio que el reseñista debe prestar al lector: valorar los méritos propios de la nueva edición en relación a las precedentes, mucho antes (aunque una y otra cosa no sean excluyentes) que proponer cualquier acercamiento -inevitablemente superficial- a la obra y la figura de Montaigne, acerca de las cuales dispone el lector de todo tipo de vías para documentarse.



Su condición de clásico -ya pertenezca al canon nacional o internacional- exonera al comentarista de un texto considerado como tal de la obligación de valorarlo, tarea asumida ya por la propia tradición. Si el reseñista no está dispuesto a debatir con esta tradición (algo que rara vez sucede), es preferible entonces que, más allá de apuntar alguna idea sugerente, se dedique a informar al lector de las bondades de la traducción o de los criterios de fijación, anotación y presentación del texto, objetándolos en la medida que haga falta y, si conviene, confrontándolos con los establecidos en otras oportunidades.



Todo lo demás suele saldarse en improcedente cháchara divulgativa, a menudo inoportuna para el lector medianamente culto e interesado.