En una de las salas del MACBA (Museu d'Art Contemporani de Barcelona) se expone desde el 30 de enero una producción insólita. Se trata del "Teatro proletario de cámara", el demencial proyecto en que Osvaldo Lamborghini (convertido entretanto en autor de culto, epicentro del sumergido canon de la más radical literatura argentina) estuvo ocupado durante los últimos meses de su vida, que pasó recluido en un piso de Barcelona: el mismo en que lo sorprendió la muerte en 1985, a la edad de 45 años.



El "Teatro proletario de cámara" (qué título estupendo) combina textos de muy diversa catadura con recortes y dibujos de carácter pornográfico. En 2008 se realizó una esmerada -y hoy codiciadísima- edición facsímil de este libro inacabado, que suma varios centenares de páginas en distintos grados de elaboración. La exposición del MACBA, impulsada y comisariada por Valentín Roma, exhibe ahora todo el material relativo a ese libro, al que añade otros que paralelamente iba pergeñando su autor: cuadernos y láminas furiosamente garabateados o con fotos pegoteadas a modo de collage, cómo no pornográficas; más un puñado de libros sobre las más diversas materias intervenidos con "proclamas escatológicas, recortes y dibujos" asimismo obscenos.



Complementando la muestra, y a modo de correlato de la misma, el MACBA ha editado un hermoso libro ilustrado. Se titula El sexo que habla e incluye textos inéditos de César Aira, Antonio Jiménez Morato, Alan Pauls, Paul Beatriz Preciado y Valentín Roma. Un empeño coral por echar luz sobre unos documentos dudosamente artísticos, marcados por los turbios signos de lo hermético, de lo privado, de lo secreto, también de lo abyecto y de lo subversivo.



Lamborghini debutó como escritor en 1969 con un librito indigerible que es ya una consigna tanto como una leyenda: El fiord (recién reeditado en Barcelona por Ediciones Sin Fin). Este texto supurante de sexo, de heces y de crueldad, pero transido a la vez de un enigmático lirismo, fue rápidamente envuelto por las voraces fraseologías de la época, muy en particular por el lacanismo que por entonces acababa de desembarcar en Buenos Aires. La obra entera de Lamborghini constituye desde entonces un paradigma de la máxima resistencia de la literatura a ser absorbida por la ideología dominante.



"Teatro proletario de cámara" profundiza esta resistencia, extremándola hasta el sabotaje. La España -la Cataluña, más bien- de la Transición es aquí el escenario en que, como observa Preciado, se postula que "el sexo es la estructura misma de lo político, su gramática oculta": "La pornografía es el teatro proletario de cámara, donde se escenifica la violencia de clase, pero también sexual y de género. El cuerpo pornográfico es el cuerpo proletario por excelencia, ya que es su capacidad libidinal total la que es puesta a trabajar".



Antes que eso, sin embargo, Lamborghini boicotea la escritura misma en cuanto tiene de institucional (un alfabeto, un vocabulario, una gramática convenidos). No sólo la subvierte confrontando a todo amago de discurso los calenturientos rituales que se celebran en sus trastiendas: también tiende a agredirla y a obviarla, absorbiéndola obsesiva y masturbatoriamente en una caligrafía del deseo. Resulta revelador a este respecto observar cómo en el "Teatro proletario de cámara" la escritura a máquina cede lugar a la escritura a mano, y a su vez cómo los recortes pornográficos aparecen cada vez más intervenidos, redibujados, sustituidos por los intensos trazos que primero calcan y luego reconfiguran enteramente los cuerpos.



El efecto resultante se emparenta con el de los grafitis de los baños públicos o de las cárceles, en cuya escritura eyaculatoria la palabra aparece desbordada o más bien encarnada en repetitivos dibujos de pollas, tetas, vulvas. La antiescritura de Lamborghini tiene mucho de eso: de grafiti con que su autor puebla las cámaras de su voluntario aislamiento y conjura toda pertenencia.



A propósito de la vanguardia latinoamericana, Héctor Libertella hablaba de una "escritura de las cuevas" desentendida del "dogma social de la comunicación". Los materiales expuestos en el MACBA bien pudieran ser considerados una modalidad contemporánea de las pinturas rupestres descubiertas en lo más recóndito y oscuro de las cavernas. Pergeñados a la temblorosa luz de un rabioso onanismo, de espaldas a toda diafanidad, la aséptica claridad del museo amenaza con deshacerlos y trivializarlos, y apenas consigue traducir en escándalo y extrañeza su feroz carcajada de tinieblas.