Image: Nuestros incomprensibles contemporáneos

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Mínima molestia

Nuestros incomprensibles contemporáneos

24 abril, 2015 02:00

Ignacio Echevarría

"Es hora de volver al estudio profundizado de los textos, al examen serio y aplicado de los medios del autor, de su estilo", escribía Louis Aragon en su magnífico Tratado de estilo, de 1928. Y añadía: "Pesad las palabras. Analizad las frases. Desarrollad separadamente las imágenes. No dudéis en mofaros metafóricamente. Volved a la tradición científica de los anotadores de antes. Marcad las vulgaridades con tinta roja, y si encontráis por casualidad cosas bellas, explicadlas extensamente, pesadamente. Con los martillos de la insistencia, laminad, laminad sin fin las proposiciones escritas por vuestros incomprensibles contemporáneos".

Y bueno, algo parecido es lo que, a su muy peculiar modo, parece hacer Luis Magrinyà en Estilo rico, estilo pobre (Debate), un libro que de aquí en adelante deberían consultar escritores y escribientes, traductores y editores, plumillas y redactores de toda suerte (así sea de novelas como de artículos periodísticos o correos electrónicos), siempre que se sirvan de la lengua castellana. Si bien, mejor que consultarlo, sería deseable que lo leyeran de principio a fin, no sólo porque contiene agudas y muy útiles observaciones y recomendaciones que ayudan a detectar y prevenir usos torcidos, vacuos, amanerados, pedantes, idiotas, cursis, obcecados, rutinarios, serviles, garrulos o simplemente inconvenientes del idioma, sino también porque se trata de una lectura divertidísima, a ratos desternillante, tanto más en cuanto uno descubre, abochornado primero y enseguida agradecido, que en no pocas ocasiones se está riendo de sí mismo.

Para explicarse el origen de este libro conviene saber que Magrinyà, licenciado en Filología hispánica, trabajó nueve años como lexicógrafo en la Real Academia Española. Si superponemos a este dato su prolongada experiencia como editor de mesa, empleada sobre todo en revisar concienzudamente traducciones de textos clásicos y contemporáneos, y añadimos encima su acreditado oficio de lector y de escritor, estaremos en condiciones de explicarnos su susceptibilidad hacia cuestiones que otros estiman accesorias pero que él trata con un rigor y una prolijidad que podrían resultar intimidantes o incluso enfadosos si no estuvieran amparados por el humor. Por el humor y por el elevado sentido de la responsabilidad que conlleva el recto empleo de la lengua, asociado siempre a ese saludable ejercicio de la razón y de la medida que se reconoce bajo el nombre de sensatez.

El mismo Magrinyà acepta que su libro pertenece al género de "librillo de maestrillo", pero defiende con razón su relativo desentendimiento de normas y principios y su preocupación por las consecuencias de cuanto observa, reclamando para Estilo rico, estilo pobre el justo membrete de "libro de experiencias".

Como sea, aquí prefiero postular una lectura interesada de Estilo rico, estilo pobre como ensayo de crítica literaria. Decía Fogwill que escribía "para no ser escrito". Magrinyà reivindica el estilo como como "una de las herramientas que tenemos para no hablar por boca de otros". Desde este punto de vista, cabe proponer el libro como un manual de resistencia (¿de autoayuda?) frente a la colonización ideológica que se opera a través de los tópicos, de las frases hechas, de la fortuna en absoluta inocente de determinadas palabras, indicadores todos ellos del grado de docilidad de quien escribe.

Conviene prestar mucha atención a los ejemplos escogidos por Magrinyà. Están tomados, de un modo calculadamente ecuánime, de todo tipo de autores y contextos, pero también, con sutil perfidia, de los artículos, ensayos y novelas de nuestros más afamados literatos (incluido el mismo Magrinyà). Nadie sale indemne -si bien unos menos que otros- de esta escabechina destinada a poner en evidencia una obviedad comúnmente desatendida: que "el instrumento de la literatura es la lengua", lo cual implica, por parte del escritor, la obligación de "pensarla", de pensar cuanto conlleva la elección de las palabras que se emplean, en el bien entendido que "toda forma de decir implica una forma de pensar".

Insistía Aragon: "Pido que mis libros sean criticados con el máximo rigor por gente que conozca bien el percal y que, sabiéndose la gramática y la lógica, buscarán bajo el paso de mis comas los piojos de mi pensamiento en la cabeza de mi estilo... ¡Exijo hoy por hoy rigor a la crítica y particularmente una apreciación larga y condicionada del estilo!".

Y bueno, no hacía falta gritar: hela aquí.