Ignacio Echevarría

Tengo la impresión de que la prensa cultural española no ha reflejado suficientemente la relevancia de una polémica que estimo de sumo interés: la que ha tenido lugar en Estados Unidos durante las semanas anteriores a la gran gala de los premios del PEN World Voices Festival, celebrada el pasado martes 5 de mayo en el Museo Natural de Historia de Nueva York. Durante la misma, le fue concedido el premio al valor y la libertad de expresión al semanario satírico francés Charlie Hebdo. En marzo, cuando se anunció el galardón, seis de los escritores que debían presidir mesas en la gala -Teju Cole, Peter Carey, Michael Ondaatje, Francine Prose, Rachel Kushner y Taiye Selasi- mostraron su desacuerdo informando que no acudirían. Y en abril, ellos y otros 198 autores más -entre los que figuran Junot Diaz, Michael Cunningham y Joyce Carol Oates- firmaron una carta cuestionando dicho reconocimiento.



En la carta, una vez expresada la solidaridad con la revista y el absoluto rechazo al ataque del que fue víctima, se decía, entre otras cosas: "Las caricaturas de Charlie Hebdo se caracterizan como sátira e ‘igualitaria oportunidad de ofender', y la revista parece ser totalmente sincera en sus expresiones anárquicas de honrado desdén hacia la religión organizada, pero en una sociedad desigual, la oportunidad igualitaria de ofender no tiene un efecto igualitario". El premio, añadían, "no solo muestra apoyo a la libertad de expresión sino que también da valor a un material selectivamente ofensivo que intensifica los sentimientos anti Islam, anti Magreb y anti árabes ya predominantes en el mundo occidental".



Las réplicas a esta toma de postura no tardaron en hacerse oír. Al frente de las mismas destaca, como cabía esperar, la del novelista y expresidente del PEN Salman Rushdie, quien replicó a los firmantes de la carta en estos términos: "Lo que vuestro acto dice es que juzgáis a Charlie Hebdo como culpable, y al hacer público ese juicio, el gesto os sitúa en el bando contrario".



Su amiga Francine Prose le replicó a su vez: "La provocación no es lo mismo que el heroísmo. La entrega de un galardón sugiere que uno admira y respeta el valor del trabajo premiado, pero esto es difícil de suscribir cuando se trata de Charlie Hebdo".



Las mutuas recriminaciones entre uno y otro bando no hicieron sino incrementarse de un día a otro, con intervenciones a menudo apasionadas y vibrantes.



Gérard Biard, director de Charlie Hebdo, supo sortear el fuego cruzado, y la noche de la gala, durante su discurso de recepción del premio, consiguió que los 800 asistentes se pusieran en pie y lo ovacionaran cuando dijo: "Que te escandalicen es parte del debate democrático. Que te disparen, no".



Entre los pocos escritores españoles que se han pronunciado en relación a este debate se cuenta Antonio Muñoz Molina, socio del PEN y defensor del premio, quien declaró: "En nuestra sociedad existe el derecho a ofender porque forma parte de la libertad de expresión. La literatura muchas veces consiste en ofender; muchos grandes libros son ofensivos para determinadas personas y para otras no lo son. La libertad de expresión para mí es sagrada".



Pero es que no se trata propiamente de literatura, importa subrayarlo. Y lo que está en cuestión es, precisamente, la sacralidad de la libertad de expresión, proclamada tanto más enfáticamente en cuanto se obvian, al hacerlo, las desigualdades que la relativizan y la condicionan.



Volvamos a lo que se decía en la mencionada carta: "En una sociedad desigual, la oportunidad igualitaria de ofender no tiene un efecto igualitario". Lo proclama bien claro un popular refrán español: "No ofende quien quiere, sino quien puede". Una distinción que apunta al centro mismo de la polémica levantada en torno a Charlie Hebdo y que, si no desdice, al menos sí matiza la valentía que los promotores del premio PEN celebran en el semanario.



Pues toda ofensa entraña, en definitiva, una violencia, y si esa violencia se ejerce desde posiciones de superioridad o de simple ventaja, cabe temer las peores consecuencias. Desde este punto de vista, el derecho de ofender, al que no cabe identificar llanamente con el derecho a expresarse, ¿no reclamaría algunas salvedades?