Populismo cultural
Ignacio Echevarría
Dos semanas atrás publicó este suplemento unas cuantas notas inéditas de Rafael Chirbes. En una de ellas, del 16 de diciembre de 2006, el novelista declara su devoción por Stefan Zweig, de quien dice que tiene la impresión de que, "por esa especie de modestia que tiene su escritura, ha sido minusvalorado". Un predecible reflejo lo mueve a continuación a despotricar contra los "escritores cargados de pretensiones que han elaborado grandes teorías".Chirbes se queja de que, "por pura pedantería", se tienda a "sobrevalorar lo que puede parecer difícil o confuso, como si en la confusión se guardaran valores ocultos". Para él, nada se iguala a esas escrituras diáfanas que dejan traslucir "mundos de inacabable riqueza". Como la de Zweig. Como la de Somerset Maugham, de quien Chirbes dice que también "fue mirado con desprecio por las élites durante muchos años".
Sigue luego una andanada contra el esnobismo intelectual de los sesenta, contra la tiranía que por entonces se ejercía sobre "el gusto espontáneo y gozoso de la literatura, para sustituirlo por una moral de campo de trabajos forzados de la que luego hemos tenido que librarnos con dificultad y a veces con dolor".
La nota -auténtica antología de los tópicos que, desde esos mismos años sesenta, viene promoviendo incansablemente la industria cultural- concluye con una resentida impugnación de esa "literatura opaca, plúmbea, desprovista de humanidad (novelas sin carne)" que, al decir de Chirbes, acabó "lastrando" su propia escritura, "dificultando el camino que va desde el ojo, el oído, la cabeza y el corazón hasta el papel".
Decepciona ver emplear esta fraseología a un escritor sin duda respetable, caracterizado representante, además, de una literatura celebrada por su abierta denuncia de la carnavalada neoliberal que nos ha traído hasta aquí. Muy grande ha de ser el resentimiento cultural de Chirbes para que se sienta impelido a zarandear el cadáver de un enemigo muerto y enterrado: las radicales vanguardias literarias de los años sesenta y setenta, solidarias de los últimos proyectos revolucionarios que han sacudido Occidente, y de las que emergió, entre otras cosas -no pocas de ellas indigestas, a qué negarlo-, el deslumbrante boom de la narrativa latinoamericana, que en sus orígenes cultivó con celo asombrosamente pugnaz y aventurero lo que hoy no puede menos que antojársenos "una estética de la dificultad". Una dificultad que, aun si dada a los excesos y a la gratuidad, a menudo se adentraba valientemente en las zonas de penumbra hurtadas al conocimiento, y en cualquier caso comportaba todo un programa de resistencia a su apropiación por parte de la cultura de masas y a su consiguiente banalización.
Chirbes insiste en ese desprecio que, al parecer, manifestaron las "élites" durante muchos años hacia escritores que eran "populares, se editaban en colecciones al alcance de cualquiera y vendían muchos ejemplares". Algo esto último que parece dicho como si de una prueba de su valía y de su bondad se tratara.
El caso es que Zweig sigue siendo publicado y reeditado sin parar, cosa que está lejos de ocurrir con algunos de sus contemporáneos, como Musil o Broch, ciertamente más "difíciles". A Chirbes le debe de tranquilizar constatar que ese "gusto espontáneo y gozoso de la literatura" ha terminado por imponerse de un modo tan aplastante, si bien cabe objetar que acaso no sea tan espontáneo.
En otra ocasión he reflexionado sobre las implicaciones que guarda el dato de que en la actualidad sean tomados por grandes clásicos autores otrora populares que en su día fueron juzgados con condescendencia por sus pares. Lo más alarmante es considerar quiénes son hoy los equivalentes de esos autores.
Que de la prodigiosa cultura austriaca de entreguerras, en la que se produjo la mayor concentración de inteligencia crítica que ha conocido la humanidad, la figura que prevalezca sea la de un talentudo, laborioso y brillante divulgador como Zweig debería avivar antes nuestra melancolía que una satisfecha jactancia.
Hay en efecto una senda más ardua que la que conduce del corazón al papel. Con hermosas palabras lo expresó Rilke, en referencia a algunos escritores de la generación anterior a Zweig: "Querían florecer, y florecer es ser bellos; / pero nosotros queremos madurar, / y eso significa ser oscuros y esforzarse".