Semanas atrás, el blog del Colectivo Todoazén (grupo presuntamente "plural y multidisciplinar" dedicado a "investigaciones narrativas", cualquiera cosa que eso sea) colgó, en tres entregas sucesivas, un curioso documento sin duda útil "para una pequeña historia de la crítica" en España, según proponía. Como al parecer nadie ha tomado nota del mismo, a pesar de su interés, me permito hacerlo yo aquí. Empiezo por glosar resumidamente la entradilla del primer post dedicado al asunto.

En la primavera de 1987 la dirección del diario El País encomendó al escritor Alejandro Gándara la coordinación del suplemento Libros que por entonces publicaba el periódico. Gándara se había ganado la atención y el respeto de la crítica con sus dos primeras novelas (publicadas por Alfaguara), representativas de la facción más prometedora y exigente de lo que entonces se dio en llamar Nueva Narrativa española. Para cumplir su cometido, Gándara reunió a un grupo de críticos que hasta ese momento venía realizando sus trabajos en otros medios; entre ellos, Santos Alonso, Juan Carlos Suñen, Constantino Bértolo, Nora Catelli, Luis María Brox, Ernesto Ayala-Dip y Juan Luis Conde. Al parecer, este núcleo de críticos, en el que se integraba el propio Gándara, tuvo la iniciativa de redactar y publicar, a modo de declaración de intenciones, un manifiesto sobre el estado de la crítica literaria en España. Con tal propósito, y sin que quepa determinar el grado de implicación e intervención en su redacción de cada uno de los críticos mencionados, se elaboraron dos borradores que, una vez comentados por el grupo, dieron lugar a un texto final: "Manifiesto contra la confusión", que sin embargo no llegó a ser publicado, al no recibir, según los indicios, el nihil obstat correspondiente de los por entonces responsables de la sección de Cultura del diario.

El equipo de Gándara se ocupó de la crítica de libros de El País hasta 1991, fecha en que la dirección del periódico resolvió prescindir de sus servicios. Justamente entonces, en el vacío creado por la marcha súbita de un buen número de colaboradores, empecé yo a colaborar con regularidad en aquel suplemento, provisto de una concepción del oficio de reseñista todavía intuitiva, que iría consolidando en años sucesivos pero que no quedaba tan lejos de algunos de los presupuestos del manifiesto ahora exhumado, del cual naturalmente no tenía noticia ninguna.

Transcurridas dos décadas, en las que tanto la industria editorial como, más aún, la prensa han sufrido transformaciones tan profundas e irreversibles, tiene interés releer el manifiesto de marras y sus dos borradores previos, que por cierto tienen tan poco que ver entre sí que da la impresión de que cada uno, incluido el manifiesto final, fue redactado por una mano diferente, lo cual no hace más que incrementar la curiosidad del documento.

Me permito observar que, de todos los nombres mencionados, el único que ha seguido escribiendo reseñas ininterrumpidamente, durante todo este tiempo, es Ernesto Ayala-Dip, convertido entretanto en paradigma de reseñista profesional, flotante. El mundo editorial, la enseñanza o "sus labores" absorbieron a la mayoría de los nombres restantes, cuya dedicación a la crítica se volvió -por desgracia, en algunos casos- más ocasional. Por su parte, Alejandro Gándara, cuya trayectoria literaria sigue abierta -aunque aparece algo desdibujada por, se diría, cierto desfallecimiento o desentendimiento del proyecto tanto narrativo como estilístico que la impulsó-, viene ensayando desde hace años un plausible modelo de crítica francotiradora en un interesante blog, El Escorpión, que aloja el diario El Mundo. Acaso él esté en condiciones de reconstruir más solventemente el episodio tanto del manifiesto como de su experiencia como coordinador de Libros. Sería de agradecer. En cualquier caso, los tres textos recuperados por el Colectivo Todoazén constituyen, en efecto, un documento significativo y de apreciable valor para hacerse una idea del estado de la cuestión en lo que respecta al horizonte de expectativas que cabía a la crítica literaria como, más ampliamente, a los suplementos de libros en unos años en que se estaba produciendo un importante punto de inflexión en la narrativa española, abocada a las consecuencias tanto de la euforia autocelebratoria que alentaban las nuevas políticas culturales como de la acelerada reestructuración del mundo editorial.