Con mayor o menor dramatismo, unos y otros vienen desgarrándose las vestiduras ante la lentitud con que las autoridades están disponiendo los fastos conmemorativos de cuarto centenario de la muerte de Cervantes. El desencadenante de tanta jeremíada es, al parecer, un punch publicitario del primer ministro inglés, David Cameron, quien el pasado 5 de enero distribuyó por la prensa internacional un ripioso artículo destinado a promocionar "el programa mundial de actividades y acontecimientos" con que se pretende conmemorar, simultáneamente al de Cervantes, el cuarto centenario de la muerte de Shakespeare, "una oportunidad única para celebrar la vida y el imperecedero legado de esta gran figura".
Las palabras prefabricadas de un tecnócrata como Cameron han desatado las alarmas de los medios de comunicación españoles, que se han apresurado a hacer todo tipo de agravios comparativos y denunciar, con escandalizados aspavientos, la ineficacia de la comisión constituida el pasado mes de abril para los preparativos de la efeméride. Se denuncian el despiste, la molicie y el secretismo de los responsables de esta comisión, que al parecer tiene previstos, de momento, 131 "actos y acontecimientos" (¡ciento treinta y uno!) cuyo contenidos y alcance no se pueden calibrar enteramente debido a que no está lista la página web destinada a ello.
Entretanto, el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, hace ya más de un mes que salía al paso de las críticas, empleando, sorprendentemente, la jerga inconfundible de la "nueva política". Reivindicaba Lassalle el carácter "transversal, abierto, participativo y democrático" (¿???) que distinguirá a los actos conmemorativos de Cervantes.
Cháchara frente a cháchara: confundiendo una vez más el culo con las témporas, el grupo socialista en el Congreso recordaba campanudamente, para afear la inactividad del Gobierno, que "el castellano es la lengua de quinientos millones de personas en todo el mundo".
Y así todos.
Parece que la cadena de soflamas, despilfarros, vaciedades, chanchullos y cartónpiedra con que suelen saldarse en España los fastos conmemorativos de lo que toque no ha hecho mella alguna. Todos reclaman más de lo mismo, con mayor razón si ello sirve de arma arrojadiza en el debate político.
Pero ocurre que si en el universo mundo hay autor alguno que no necesite de fastos para ser recordado y reconocido, ese son Cervantes y Shakespeare, cuya fama excede toda pompa y glosa, y que caminan impertérritos por la posteridad sin necesidad de muletas celebratorias.
"Tuve, tengo y tendré los pensamientos / (merced al cielo que a tal bien me inclina) / de toda adulación libres y exentos", afirma Cervantes en su Viaje del Parnaso. Y Shakespeare vive para millones de lectores sin necesidad de convertirlo en un eslogan machacón.
Pues se trata de escritores y de dramaturgos, no habría que discurrir nada mejor que divulgar del mejor y más amplio modo posible sus textos y representar sus obras. Tal debería ser el único y sencillo guión de la dichosa comisión y el destino de las partidas presupuestadas, dejándose de exhumaciones dudosas, de inútiles macroexposiciones y de "experiencias virtuales".
Por lo que toca a Cervantes, y al margen del programa de la comisión, la totalidad de sus obras viene siendo objeto de rigurosas y exhaustivas ediciones en el marco de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, dirigida por Francisco Rico y publicada por Círculo de Lectores y Espasa. Por mi participación en la Biblioteca puedo dar fe del mérito de estas ediciones (la última de ellas, recién aparecida, una espléndida y monumental edición de las Comedias y tragedias al cuidado impecable de Luis Gómez Canseco), que se suman a otras cuya viabilidad y fortuna debiera ser objetivo prioritario de la comisión, así como el apoyo de iniciativas como la de José Luis Gómez hace un año, cuando recuperó su viejo montaje de los Entremeses de Cervantes en el Teatro de la Abadía de Madrid.
Iluminar las obras de Cervantes que permanecen oscurecidas por el brillo insuperable del Quijote -su teatro, su poesía, La Galatea, el Persiles- bien podría ser la mejor forma de rendirle homenaje, dado lo muy ufano que el autor se sentía por algunas de ellas.
Casi todo lo demás será ruido.