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Mínima molestia

Debate

21 octubre, 2016 02:00

Dediqué mi anterior columna al “caso” Erice-Navarro, vamos a llamarlo así. Decía yo, al final de la misma, que, si en este país hubiera un tejido cultural como Dios manda, bien podríamos hallarnos ante “el debate de la temporada”. Lo decía hace dos semanas, cuando escribí la columna. De entonces a esta parte, el caudal de artículos, declaraciones e intervenciones de todo tipo en torno a la cuestión puede calificarse de abrumador. Cualquiera diría que el debate se está produciendo o se ha producido ya. Pero no es así. Como suele ocurrir por estos pagos, el debate propiamente dicho ha sido hurtado por una algarabía de acusaciones, recusaciones y apriorismos que en su mayoría omiten la única discusión de interés: la que inquiere no sobre los límites de la ficción (asunto idiota donde los haya, así se trate desde el punto de vista de la teoría literaria o de la moral) sino sobre los mecanismos -intencionales o no- que permiten reconocer y hacer circular como ficción un determinado texto.

Parece que, como en la política, tampoco en la cultura española se dan las condiciones para que ningún debate fructifique. Hago recuento de las contribuciones de unos y otros, al menos de las que he tenido noticia, y el saldo que arrojan es desazonador.

Como era de esperar, los críticos (al menos los críticos reseñistas más o menos institucionalizados; los académicos cualquiera sabe dónde paran, probablemente en algún congreso sobre Camilo José Cela) hacen mutis por el foro. Ninguno, de momento, se ha sentido llamado a intervenir sobre la cuestión. Dado que el artículo de Víctor Erice fue publicado por el suplemento Babelia con un espectacular despliegue gráfico y tipográfico, hubiera sido razonable que el crítico que en este mismo suplemento se ocupó de reseñar la novela de Elvira Navarro, celebrándola inequívocamente (me refiero al incombustible Ernesto Ayala Dip), se sintiera concernido y tuviera algo que decir. Pero qué va. Hasta donde sé, se limitó a colgar un tuit en el que afirmaba, categórico, que “Erice no entendió nada. No entendió que su mujer fue víctima de la apatía institucional. A eso apunta el libro”. ¡Bravo!

Resuelto a pescar en el río revuelto, el suplemento Babelia, la semana siguiente de publicado el artículo de Erice, dedicó a la “polémica” un amplio reportaje de Maribel Martín. Pero, lejos de abonarla, el reportaje la trivializaba y la disolvía a fuerza de practicar lo que el periodismo cultural de este país suele entender por debate: la superposición de declaraciones arrancadas al botepronto, sin interacción de ningún tipo, a un buen puñado de presuntos especialistas o conocedores del asunto.

Entre las personalidades consultadas por Martín se contaba la propia Elvira Navarro, demasiado a la defensiva, a mi juicio, desde que ha explotado el artefacto que ella misma puso en marcha acaso más imprudentemente de lo recomendable. Uno echa en falta, por parte de Navarro, una toma de posición, una réplica o comentario al texto de Erice (¿y por qué no una rectificación?) más articulada y cabal que las declaraciones que han conseguido arrancarle allá o aquí. Todavía está a tiempo.

Mientras, tanto en las redes sociales como en los blogs o en las páginas de los periódicos impresos o digitales vienen primando, como decía, los alineamientos prejuiciosos, en su mayoría connotados de inquina hacia uno u otro de los dos nombres enfrentados, y llenos de consideraciones erradas o fuera de lugar, como las que especulan sobre los supuestos réditos económicos del affaire.

El maximalismo ingenioso de la mayor parte de los tuits los convierte, como suele ocurrir, en simple chatarra exhibicionista. En el extremo opuesto topamos con la circunspecta, casi críptica neutralidad de los columnistas de opinión. Y del fatigado e insidioso humorismo de los blogueros habituales pasamos a la inflamación retórica de quienes, como Cristina Morales en la web La Tribu de Frida, desquician el debate con presunciones conspirativas, viendo alambradas por todas partes y hablando de censura.

Lo repito: de lo que se trataba, dada la ocasión, era de discurrir sobre los mecanismos que permiten reconocer y hacer circular como ficción un determinado texto, lo sea o no. ¿Alguien tiene algo que decir?