Esto de “la prosa cipotuda” no es mío. Es una acuñación de Íñigo F. Lomana, que la empleó en un artículo publicado hará un par de semanas en el diario El Español. “En la era de la prosa cipotuda”, se titulaba el artículo. Léanlo, si no lo han hecho ya; pasarán un buen rato.
A Lomana (Madrid, 1975) lo descubrí en El Estado Mental, revista en la que lleva publicados, de uvas a peras, media docena de artículos llamativamente agudos, bien informados y contundentes sobre la narrativa inglesa contemporánea y sobre la actual narrativa española, los dos asuntos a los que parece dirigirse con preferencia su atención. Recuerdo especialmente los dedicados a Javier Cercas y a Antonio Muñoz Molina: una sorpresa.
Pero vayamos con lo de “la prosa cipotuda”. Es sabido que la única posteridad que le cabe ambicionar a un crítico es la que le depara haber acuñado conceptos que, por virtud de su acierto y eficacia, se vuelven de uso corriente. La historia del arte moderno abunda en estos hallazgos conceptuales, producto a menudo de la hostilidad con que fueron recibidas determinadas tendencias (baste recordar, por consabidas, las etiquetas de “impresionismo” y de “fauvismo”). El caso es que, cuando son afortunadas, estas acuñaciones, hayan sido hechas a favor o a la contra, poseen efectos iluminadores, y son de enorme utilidad, al menos coyunturalmente. Hay quien se revela especialmente dotado para hacerlas. Pienso, por no ir más lejos, en Juan Marsé, de quien ahora mismo recuerdo aquello de “la prosa tricotosa”, en alusión al estilo de Marguerite Duras, caracterizado por la profusión de puntos seguidos, de frases muy cortas; y también aquello de “la prosa sonajero”, en referencia al estilo de Francisco Umbral, repleto de a veces muy conseguidos efectos de percusión, encandiladoramente ruidosos.
Algo tiene que ver la prosa sonajero con la prosa cipotuda, aficionada también, aunque más broncamente, al taconeo. Pero si bien Francisco Umbral, o más bien “el umbralismo”, ha ejercido, como observa Lomana, una evidente influencia sobre los más caracterizados representantes de la prosa cipotuda, en la genealogía de ésta (genealogía que Lomana desiste de trazar) intervienen además otras influencias potenciadoras de su afición por la quincallería estilística, por la floritura taurina, por las fragancias masculinas, por la estética tabernaria, como pudiera ser -en el ámbito del periodismo- la de Raúl del Pozo, pongo por ejemplo. O, más difusa, la de Joaquín Sabina.
A la cabeza de los practicantes de la prosa cipotuda pone Lomana a Arturo Pérez Reverte. Pero Reverte posee por sí mismo un perfil tan acusado y estridente que conviene más dejarlo suelto, entre gallos y gaviotas, en la espaciosa jaula del reverterismo. Por otro lado, de Reverte ya todos hemos tenido una ración más que suficiente con el alucinante despliegue reseñístico-propagandístico a que dio lugar, dos semanas atrás, el estreno de Falcó, su nuevo folletín. Y digo alucinante porque uno lee lo que escribió Pozuelo Yvancos en ABC o Carles Barba en La Vanguardia y no sale de su asombro. Este último empezaba su reseña proponiendo para Falcó un linaje literario que lo emparentaría con el Dedalus de Joyce, el Raskolnikov de Dostoievski y la Isabel Archer (Retrato de una dama) de Henry James, ya ven ustedes.
No. Dejando de lado a Reverte, el grupo de jóvenes periodistas que Lomana señala como más representativos de la prosa cipotuda está constituido por Manuel Jabois, Antonio Lucas y Juan Tallón, de quienes ofrece algunas perlas impagables. No se las pierdan.
En su caracterización de los prosistas cipotudos Lomana empieza por emplear, a su vez, otra divertida etiqueta, alusiva a su posicionamiento ideológico: la de “neocolumnismo de extremo centro”. Admitirán que eso de “extremo centro” tiene su gracia, y que -como toda etiqueta afortunada- va más allá de “ese mejunje de sentido común, de costumbrismo arcaico y falsa despolitización” con que Lomana lo explica.
No es cosa de glosar aquí el artículo de Lomana: mejor reléanlo. El fenómeno que caracteriza es altamente significativo de lo que da de sí el periodismo español, al menos el que con preferencia amparan y promueven los grandes periódicos tradicionales.
Toda una cultura.