Cerramiento y resistencia
La semana pasada, especulando sobre las razones de que la huella de Kafka sea más pronunciada, al parecer, en Latinoamérica que en España, saqué a colación el espinoso concepto de “literaturas pequeñas”, que, asociado al de “literatura nacional”, el mismo Kafka formuló y articuló a modo de programa en un pasaje célebre de sus diarios. Recordé con este motivo un viejo ensayo de Jordi Llovet titulado Franz Kafka y su proyecto de una pequeña literatura nacional, publicado en 1976. Al releer ese ensayo para citarlo, di con el siguiente párrafo, que, pese a su extensión, no me resisto a transcribir aquí:
“Una de las tentaciones más ostensibles de la literatura de pequeñas naciones con problemas de identidad nacional y de convivencia con una gran (en sentido puramente cuantitativo, geográfico) cultura contextual-estatal, es cerrarse sobre sí misma, replegarse en un gesto de recelosa salvaguardia de lo propio, sacralizar los elementos locales y rendir tributo de admiración, a menudo extremada, a figuras de la propia arqueología literaria, o aún de la más rigurosa contemporaneidad. Es propio y frecuente en tales pequeñas literaturas (pequeñas en un sentido puramente cuantitativo, geográfico) el que arremetan violentamente contra los modismos literarios extranjeros y promocionen, con una virulencia y un entusiasmo frenéticos, la creación de una pequeña mitología casera, centrípeta y nucleica, que acaba posándose sobre el pequeño territorio nacional-lingüístico como un manto de protección de los valores simbólicos propios, y guardia pretoriana de defensa contra las supuestas, posibles amenazas imperiales de los Estados vecinos, en uno de los cuales se encuentra más o menos arbitrariamente encerrada la pequeña nación que lucha con tenacidad, si no con acierto, por la supervivencia de sus rasgos distintivos”.
Les hablé no hace tanto de la “guerra cultural” que está teniendo lugar en Cataluña, sobre todo en Barcelona, entre dos conceptos de cultura, uno más o menos plural y abierto y otro voluntariosamente ceñido a las presuntas esencias u ortodoxias de la nación catalana. Este párrafo de Llovet, escrito hace más de cuarenta años, viene como anillo al dedo para entender los resortes de esa “guerra”. No es difícil pensar que, al redactar estas líneas en fechas tan remotas, Llovet tuviera ya en mente el caso catalán. Estoy seguro, en cualquier caso, de que, tan ponderado como es en esta cuestión, las suscribiría enteramente en la actualidad referidas a ese marco. No en vano es Llovet uno de los intelectuales que ha brindado un ejemplo más cabal de cómo resistirse a esa tentación de la que habla en el pasaje citado, ejerciendo en sus impagables columnas para la edición catalana de El País una labor crítica y pedagógica que prolonga semanalmente el talante acreditado en sus ensayos y en su impecable tarea como traductor de grandes clásicos europeos.
Me extiendo en el ejemplo de Llovet porque es un intelectual catalán que se expresa prioritariamente en lengua catalana y que, en el ámbito de instituciones profundamente arraigadas en Cataluña, como es la Universidad Central de Barcelona o el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), ha desarrollado un trabajo modélico que a nadie en su sano juicio le cabe poner en cuestión.
Puedo imaginarme que la “guerra cultural” que se vive en Cataluña no deja de tener correspondencias -quizás ahora mismo no tan encrudecidas- en lugares como el País Vasco o Galicia. O como la Comunidad Valenciana y las Islas Baleares.
Me temo, por otro lado, que el condescendiente trato que tanto en las políticas de Estado como en los grandes medios de comunicación de ámbito estatal se da a la cultura hace imperceptibles, fuera de cada comunidad, las tensiones que se producen en la esfera de aquélla. La “sucursalización” de la cultura obrada en los grandes periódicos españoles convierte sus ediciones “locales” en compartimentos estancos, desde los que sólo muy ocasionalmente trascienden dichas tensiones. Es difícil exagerar los perjuicios que esta jerarquización y fragmentación ha producido en el mapa cultural peninsular, ahondando su centralismo. Que los ecos de una voz como la del mismo Llovet suelan quedar circunscritos al corto radio de difusión de la edición catalana de El País podría servir como ejemplo de este problema.