Memoria histórica
Hay coincidencias tan portentosas, que invitan a reconocer en ellas hilos más sutiles que los de la sola casualidad. Digo esto porque, en muy corto lapso de tiempo, se han publicado, provenientes de Estados Unidos y Gran Bretaña, dos libros de muy distinta naturaleza que convergen en el tratamiento de un mismo asunto, sin duda delicado, sobre el que vuelcan luces polémicas. Me refiero a la última novela de Kazuo Ishiguro, El gigante enterrado, publicada en inglés en 2015 y en español a finales de 2016 (Anagrama), y a Elogio del olvido, ensayo de David Rieff recién publicado por Debate que, si bien vio la luz originalmente en 2016, es refactura ampliada de un ensayo más antiguo que obtuvo gran resonancia: Contra la memoria (Debate, 2012).
He leído estos libros -el de Ishiguro y el de Rieff- en continuidad, y con el asombro que provoca el hecho de que el primero parezca una especie de ilustración narrativa del segundo, hasta tal extremo escenifica de manera bastante extravagante y enrevesada, pero en definitiva encantadoramente perturbadora, no poco de lo que constituye su médula.
Mientras escribo esto, se me ocurre la posibilidad de que, para escribir su novela, Ishiguro se inspirara en el ensayito de Rieff de 2012. Pero no tengo ningún indicio que lo confirme, ni recuerdo tampoco que Ishiguro hablara de ello en ninguna de las entrevistas que le han hecho con motivo de la publicación de su novela. Y entretanto mi propia experiencia me dicta que “el espíritu de los tiempos”, vamos a llamarlo así, propicia con más frecuencia de la que sospechamos estas “rimas” no intencionadas.
A la novela de Ishiguro ya aludí, antes de haberla leído, en una anterior columna, escrita a propósito de unas declaraciones de este autor en las que decía que el tema principal de su libro era la “memoria colectiva”, es decir, “cómo las naciones recuerdan y olvidan y construyen narrativas colectivas, en ocasiones (pero no siempre) para enterrar verdades desagradables o inconvenientes”.
No es otra la cuestión a la que da vueltas Rieff en Elogio del olvido, título que adelanta provocadoramente el argumento que sostiene a lo largo de 170 páginas en las que, con extraordinaria amplitud de miras, da vueltas a la cuestión de la memoria histórica.
En su edición inglesa, Elogio del olvido lleva por subtítulo “Historical Memory and its ironies”, que los editores españoles han optado prudentemente por traducir como “Las paradojas de la memoria histórica”. Digo prudentemente porque, en efecto, da la impresión de que la memoria histórica no es asunto sobre el que se pueda ironizar, dadas las pasiones que mueve y la gravedad con que suele ser tratado, no sólo en nuestro país. Con lo que no quiero dar a entender que Rieff lo aborde con ligereza ni mucho menos con frivolidad, todo lo contrario. Pero sus planteamientos, a menudo incómodos, transidos siempre de pasión polémica, aparecen templados por una elegancia y una flexibilidad característicamente anglosajonas.
En la columna a que he aludido decía que resultaba casi inevitable proyectar el tema del que se ocupaba la novela de Ishiguro sobre el “caso” español y lo que ocurrió en este país tras la muerte de Franco.
Leyendo el ensayo de Rieff esa proyección no sólo resulta inevitable, sino también necesaria y hasta urgente, pues me cuesta ahora mismo pensar en un texto que concierna más directamente al que tengo por el más importante debate que viene teniendo lugar, desde la construcción de la democracia, en el marco tanto de la política como de la cultura españolas (incluyendo ahora bajo esta etiqueta casi toda la diversidad de las culturas peninsulares): el de la memoria histórica, precisamente. Y, vinculada a él, toda una serie de cuestiones capitales que, sirviéndose de sus amplias lecturas, Rieff acierta a formular y problematizar muy elocuentemente, con términos que cabe aplicar con facilidad a nuestra realidad más próxima, como los de “tradiciones inventadas” (Hobsbawn), “historia de brazalete negro” (Howard), “abusos de la memoria” (Todorov) y “relevancia tendenciosa” (Margalit). O el de la nación entendida como “un plebiscito diario” (Renan). Pero sobre todo la cuestión del perdón y el olvido, tratada en una dimensión que trasciende la moral.