Reseñismo pop
Concurrí con Blanca Berasátegui, la directora de esta revista, a una de las mesas sobre la crítica literaria celebradas en la Universidad de Alcalá, en el marco del Festival de la Palabra. No deja de ser extraño que se sigan convocando este tipo de actos, a los que uno acude con un ánimo cada vez más crepuscular, por mucho que luego, durante la conversación, se anime y hasta se acalore discurriendo sobre los asuntos de siempre: los alcances y la eficacia cada vez más cuestionable de la crítica, las transformaciones que socavan su estatuto siempre precario, las lacras que se le atribuyen, las reclamaciones de que es objeto, el debate sobre si tiene más o menos sentido el empleo de la negatividad.
El público que asistió a la mesa de Alcalá estaba integrado en su mayor parte por estudiantes de letras, cómo no. En cualquier caso, por jóvenes a los que no cabe atribuir la afición, menos aún la costumbre de hojear suplementos literarios, de leer reseñas. Entre los que se animaron a plantear preguntas, hacia el final de acto, al menos dos abundaron en una cuestión que nunca deja de aflorar en estos casos, y a la que vale la pena prestar un poco de atención, pues se suele despachar con demasiada displicencia. Me refiero a la pregunta de por qué dichos suplementos apenas prestan atención a la literatura popular, vamos a llamarla así; es decir, la más netamente comercial, la que suele acaparar los puestos de libros más vendidos.
No cabe duda de que, en su afán por “captar lectores”, los suplementos literarios llevan un buen tiempo ensanchando su criterio y prestando atención a novedades que hasta hace bien poco se estimaba que quedaban fuera de sus jurisdicción. Las fronteras entre literatura comercial, literatura popular y literatura “de calidad” (digámoslo con toda la ironía) son cada vez más lábiles, y no va quedando tan claro (no al menos para los directores de dichos suplementos) de qué lado se decantan autores como Carlos Ruiz Zafón, Ildefonso Falcones, Dolores Redondo, Julia Navarro, Arturo Pérez-Reverte y hasta Fernando Aramburu, por mencionar algunos de los autores más vendidos en España el pasado año 2016, según la consultora Nielsen. Con todo, parece evidente que si, empleando un criterio cuantitativo, se atendiera no sólo a su impacto comercial, sino también “espiritual” (y por qué no emplear este término, tan pertinente en este caso), cualquier novedad de Paulo Coelho debería acaparar la atención de cualquier suplemento literario en mucha más medida que cualquiera de los autores de prestigio a los que suelen dedicar sus portadas y páginas centrales. No es así, sin embargo.
¿Por qué no? ¿No sería eso lo más consecuente, dada la desesperación con que se adula a los lectores poco exigentes? Hay mucha confusión al respecto, derivada de la que rodea al concepto mismo de suplemento cultural, un producto que funciona por emulación y por inercia, antes que con una idea bien definida de sus propósitos y de sus posibilidades.
Por mi parte, entiendo que un suplemento cultural es un soporte especializado que, lo pretenda o no, llega a una franja muy específica de lectores previamente incentivados, lo que entraña actuar a partir de ciertos sobrentendidos fuera de los cuales todo intento de reflexión crítica resultaría inoperante.
En su gran mayoría, los lectores de literatura comercial son insensibles a la crítica, indiferentes a sus dictados. No es un problema de nivel, como no lo es tampoco de jerga. Lo es, en todo caso, de actitud. De la disposición misma con que uno se enfrenta a la experiencia de la lectura, imbuido o no de criterios de artisticidad o por simple entretenimiento. Algo semejante ocurre, salvadas las diferencias, con la literatura de género, que interpela a lectores mayoritariamente cautivos de su afición al mismo.
¿Tendría sentido plantearse la pertinencia de un “reseñismo pop”, atento a la literatura popular, a sus mecanismos y a sus criterios? Tendría enorme interés experimentarlo, pero conste que sus destinatarios -y en ello reside la clave del asunto- no serían los consumidores naturales de ese tipo de literatura, sino los sospechosos habituales, los lectores cada vez más residuales de los suplementos.