¿Sorprendió a alguien que Patria fuera distinguida con el Premio de la Crítica? ¿Alguien duda de que dentro de unos meses obtendrá el Premio Nacional? A estas alturas, la novela de Fernando Aramburu se ha constituido en un fenómeno que desborda ampliamente el campo literario. Se trata de un artefacto de consenso que resulta difícil cuestionar -siquiera desde el punto de vista formal- sin recabar aprensiones de naturaleza moral o política.

Pese a ello, no han faltado abordajes críticos a la novela, algunos tan incisivos y contundentes como el de Iban Zaldua en Viento Sur o -antes de él- el de Jabo H. Pizarroso en Estado Crítico. Recomiendo la lectura de sus reseñas -accesibles en la Red- a todo aquel que, habiéndole gustado Patria, tiene interés en problematizar su propia lectura. En preguntarse, entre otras cosas, cómo una novela que, a toro pasado, discurre sobre un conflicto que ha sido vertebral para la sociedad española durante más de medio siglo, puede concitar una aprobación tan unánime, por parte también de la clase política, desde Mariano Rajoy a Alfredo Pérez Rubalcaba, portavoz del Gobierno socialista durante el apogeo de los GAL.

Sospecho que ni Iban Zaldua ni Pizarroso pertenecen a la enigmática AECL, la Asociación Española de Críticos Literarios, cuya única actividad conocida es la de otorgar anualmente unos premios que, al menos en el campo de la narrativa, tienden (salvo contadísimas excepciones) a consagrar lo obvio, a tal punto que -como sus mismos portavoces se ocupan jactanciosamente de subrayar- destacan con frecuencia a los mismos autores y los mismos libros que obtienen el Premio Nacional (en cuyas deliberaciones, por otra parte, la AECL participa).

Hace justamente un año dediqué una de estas columnas a preguntarme sobre las funciones y los propósitos de la AECL, que no tiene sede conocida, ni siquiera cuenta con una página web, cuyos estatutos no pueden consultarse, como no puede consultarse tampoco la lista de sus miembros o qué requisitos hay que cumplir para formar parte de ella. Tampoco se sabe apenas nada de los mecanismos por los que se rige y conforme a los cuales concede su premio. Desde esta misma página interpelé directamente a quien consta como presidente de la Asociación, el amable Ángel Basanta, colaborador también de esta revista, pidiéndole que nos ilustrara sobre estas cuestiones. Pero recibí la callada por respuesta.

Y bueno, eso no priva a los medios de comunicación de este país a dar una amplia cobertura y conceder un extraño prestigio al Premio de la Crítica, del que Ángel Basanta decía muy ufanamente, hace unos días, que “no puede hacerse la historia de la literatura en español de los últimos sesenta años” sin tenerlo en cuenta. Uno consulta la lista de libros y autores premiados y se dice que afirmar esto es tan gratuito como sostener que no se puede escribir la historia de la literatura mundial de los últimos sesenta años sin tener en cuenta el premio Nobel.

Sólo faltaría que, entre más de un centenar de títulos, ninguno fuera relevante para la historia literaria. Lo que habría que considerar más bien es cuántos son irrelevantes. Y sobre todo -pues de críticos se trata- cuántos fueron señalados por el premio a despecho de su poca visibilidad y de su escasa aceptación por parte de los lectores, desde el supuesto de que lo propio de la crítica sería asumir una búsqueda y una exigencia que no siempre coinciden con el gusto del público ni con las prioridades del sistema editorial.

La crítica, sin embargo, al menos la más conspicua, suele relamerse cuando se habla de “éxito de público y crítica”, como si la coincidencia supusiera un marchamo de credibilidad, por no decir legitimidad. Y produce cierto apuro observar cómo aspira cada vez más zalameramente a esta concurrencia.

Por otro lado, no deja de resultar aleccionador cómo una crítica que suele soslayar virtuosa y pacatamente -a veces con ademanes escandalizados- la dimensión política de los libros de que se ocupa, la celebre sin embargo campanudamente toda vez que, amparado por un amplio consenso, y haciendo vibrar -eso siempre- la cuerda moral, el libro en cuestión converge explícitamente con la ideología dominante.