Reunión infra
Se reunieron en Barcelona por iniciativa propia, sin el patrocinio de nadie, hace un par de semanas. Uno vino de Francia; otro, de Estados Unidos; otro, de México, todos por sus propios medios. Se alojaron en casas de amigos. Eran cinco poetas infrarrealistas, representantes del movimiento de vanguardia surgido en México a comienzos de los años 70.
El infrarrealismo fue dado a conocer internacionalmente por la crónica legendaria -mitificadora a la vez que mistificadora- que de sus orígenes y de su diáspora hizo Roberto Bolaño en Los detectives salvajes (1998). Los realvisceralistas sobre los que discurre la novela eran -son- los infrarrealistas que en la actualidad, cuarenta años después, vuelven a reagruparse y a dejar constancia no sólo de su existencia, sino también de la vigencia de su actitud respecto a la cultura institucionalizada, actitud fundada en toda una ética respecto a lo que debe ser la creación poética.
Casa Amèrica Catalunya brindó hospitalariamente su sede para que los infrarrealistas presentaran la reedición de Perros que habitan las voces del desierto (Matadero, México, 2016), la amplia y bien documentada antología del movimiento armada tres años atrás -en el 2014- por uno de ellos, Rubén Medina, autor también del extenso y excelente ensayo introductorio.
El público que llenó la sala de actos de Casa Amèrica Catalunya acudió allí incentivado, en su mayoría, por la curiosidad de ver de cerca a los compañeros de Ulises Lima y Arturo Belano. Es decir, para ver en carne y hueso a Rafael Barrios, a Jacinto Requena, a Piel Divina, a Felipe Müller, personajes de la novela. Para ver qué ha sido de esos jovencísimos melenudos de aspecto hippioso que rodean a Mario Santiago y a Roberto Bolaño en las fotos de la época.
El encuentro de Casa Amèrica sirvió para sustituir esas viejos fotos por los rostros actuales de aquellos jóvenes: los de hombres ya sexagenarios, labrados por la alegría y las penalidades. Al poco de comenzado el acto, quedó claro que quienes participaban en él tenían nombres propios, correspondientes a personalidades bien caracterizadas: Jorge Hernández Pieldivina, Rubén Medina, Bruno Montané, José Peguero, José Rosas Ribeyro. Junto a ellos, en recuerdo de las mujeres del grupo, Ana María Chagra, compinche de Hora Zero, el movimiento de vanguardia peruano al que desde sus comienzos se hermanó el infrarrealismo.
Todos leyeron -estupendamente, por cierto- poemas notables, algunos emocionantes, otros impactantes, ya propios, ya de los compañeros ausentes. Todos respondieron sin fatuidad, con agudeza, apasionamiento, humor y un suculento anecdotario a las preguntas que yo mismo, como presentador del acto, les hice. A medio camino entre el recital, el memorial y la apología (pues el renacimiento infrarrealista no deja de suscitar suspicacias y resistencias en el sistema cultural mexicano, que sigue haciendo el vacío a todas sus manifestaciones), el acto sirvió para debatir cuestiones como la posibilidad de mantener vivo el espíritu de la vanguardia, de resistirse a la mitografía y a la comercialización, de trascender la fosilización historiográfica, de transmitir a los más jóvenes el espíritu “infra”. Se hizo el recuento de las diferentes etapas que el movimiento ha atravesado, del papel determinante que desempeñaron dentro del mismo Mario Santiago Papasquiaro y Roberto Bolaño, de los frecuentes malentendidos que rodean sus figuras.
En Perros que habitan las voces del desierto las páginas correspondientes a Bolaño se ofrecen en blanco, con sólo el título y la procedencia de los poemas. La viuda de Bolaño no autorizó su inclusión en la antología y el hueco así dejado tiene un efecto perturbador.
De la renovada vitalidad del infrarrealismo da cuenta la proliferación de ediciones que rescatan su producción, la más reciente la de Uso y abuso y Peso neto, hermoso poemario de Cuauhtémoc Méndez, en Ediciones Sin Fin (Barcelona), donde se publicó Sueño sin fin, de Mario Santiago. En México apareció en 2014 Demasiados lobos andan sueltos: crónicas infrarrealistas (Rayuela), volumen que se abre con un “Manifiesto del periodismo infrarrealista” suscrito, entre otros, por Javier Valdez, recientemente asesinado. Se lee allí: “El periodismo infrarrealista no rehúye las noches fatídicas, los días fatídicos, las horas fatídicas. No mira desde afuera. Se intoxica de lo que pasa. Recorre un túnel oscuro, siente la marea”.
La llama sigue viva.