Quiero atenuar un adjetivo empleado en mi anterior columna. Fue con motivo de referirme, muy pasajeramente, al libro de Germán Labrador Méndez Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española, 1968-1986 (Akal, 2017), ensayo que calificaba yo de “notable y oportuno”, pero del que decía, además, que se me antojaba “lastrado por cierta candidez”.

Pocos días después de escrita mi columna, he tenido la oportunidad de conocer personalmente a Germán Labrador y de conversar extensamente con él, en compañía de Guillem Martínez. Fue un encuentro de lo más provechoso, al menos para mí. Labrador (Vigo, 1980), que lleva cerca de diez años enseñando en Princeton, es un joven con las ideas claras y un profundo conocimiento del período que ha estudiado. Todo esto se desprende ya de la lectura de Culpables por la literatura, sin duda. Lo que no asoma por ningún lado, conversando con él, es esa impresión de candidez que me produjeron determinados capítulos del libro.

Labrador resume la tesis básica de su libro en los siguientes términos: “La cultura de la democracia no rompe con la cultura del franquismo, sino que rompe con la cultura de la transición”. Por “cultura de la democracia” entiende la surgida a comienzos de los años ochenta, al socaire de los sucesivos gobiernos del PSOE. En tanto que la “cultura de la transición” sería para Labrador el complejo de actitudes rupturistas, vitalistas, hedonistas, a menudo imbuidas de un espíritu radicalmente democrático, cuando no abiertamente revolucionario o simplemente utópico, que, incubadas durante los años sesenta, afloraron muy vivazmente durante los setenta. Desde las instancias del poder político, estas actitudes habrían sido programáticamente arrinconadas y penalizadas en el periodo “áureo” de la transición, el que va desde los Pactos de la Moncloa, en 1977, al referéndum de la OTAN, en 1986. Durante esos años, la aguda crisis económica y el elevado porcentaje de paro abocaron a parte de la juventud a la heroína, cuyo consumo tuvo proporciones casi de pandemia, y que, sumado a los efectos del sida, diezmó a los sectores más conflictivos y marginales, sí, pero también más inconformes y contestatarios de esa juventud. Simultáneamente tuvo lugar el reencauzamiento de buena parte de la energía liberadora y creadora de la contracultura en esa versión comercial de la misma que fue la dichosa Movida, mascarón de proa de un nuevo paradigma cultural alérgico a toda tensión crítica, eminentemente festivo y progresivamente repercutido por las dinámicas del mercado.

En su libro, Labrador propone una cartografía tentativa de esa otra “cultura de la transición” que antecedió a la que se suele reconocer por tal y que en su día Guillem Martínez tipificó bajo la etiqueta CT. El encendido recuento y la apología de “los jóvenes que ardieron en las piras de la contracultura” lo arrastran en ocasiones a excesos retóricos -como éste mismo-, comprensibles, por otro lado, en quien se ve obligado a tratar con un material tan inflamable. A momentos, cunde esa impresión que tuve yo de que la perspectiva generacional de Labrador sobredimensiona algunos hechos y personajes con un aura mítica, romántica. Esa perspectiva se resiente sin duda de las inevitables distorsiones que implica el tratar a través de los documentos una realidad aún reciente de la que el lector conserva quizá recuerdos directos.

Pero haber conversado con Labrador me persuadió de la superficialidad de estas objeciones frente a los alcances de un trabajo que, con todas sus limitaciones, contribuye como pocos a reconstruir el relato cultural de la transición y a reparar algunos de sus olvidos y silencios. El argumento fuerte de Labrador consiste en sostener que en la España de los setenta se produjo una verdadera ruptura en la vida cotidiana que, al margen de las derivas políticas, transformó en muchos aspectos el tradicional retrato sociológico del país, creando las condiciones para el desarrollo de una cultura muy otra de la que finalmente se impuso tras “la contrarreforma” del PSOE. De ahí arranca la apasionada singladura de un libro que, entre otras cosas, ayuda a explicar no pocas de las contradicciones y las tensiones de la España presente, atravesada por una divergencia creciente entre sus estructuras políticas, ideológicas, culturales y morales.