"(Última hora) Los hombres matan, la poli abate”, se lee en uno de los pecios de Rafael Sánchez Ferlosio. La observación ha sido corroborada en días pasados, conforme la prensa informaba de la implacable persecución y caza de los jóvenes implicados en el atropello masivo de las Ramblas de Barcelona y en el semifallido atentado en Cambrils. La mayor parte de los titulares empleaban el verbo abatir para dar cuenta de las sucesivas muertes de los terroristas por parte de los agentes que los perseguían. Ignoro si se trata de una consigna explícita en los libros de estilo de las redacciones o, más presumiblemente, de un automatismo mediante el cual se tiende a neutralizar y aseptizar la acción mortífera de los agentes de policía. El caso es que el mismo verbo, abatir, rara vez se emplea para aludir a la acción ya no digo de los terroristas, sino de los delincuentes comunes o de los ciudadanos que, por las razones que sea, dan muerte a otros, intencionada o accidentalmente. “Los hombres matan, la poli abate”: hasta tal extremo ocurre así, que dan ganas de proponer a la RAE que a las once acepciones que ofrece en su diccionario del verbo abatir añada una más que glose así su sentido: “En el lenguaje periodístico, dar muerte a un presunto delincuente o terrorista por parte de la policía”. O algo parecido.
Esta preferencia de los periodistas por abatir en lugar de matar cabe justificarla, en cualquier caso, en base a determinadas connotaciones que impiden considerar sinónimos los dos verbos. Entre las acepciones de abatir se cuentan, según el DRAE, las de “derribar algo, derrocarlo, echarlo por tierra”, “hacer que algo caiga o descienda”, “inclinar, tumbar, poner tendido lo que estaba vertical”, “hacer perder a alguien el ánimo, las fuerzas, el vigor”. Ya ven por dónde va la cosa.
En tanto que matar significa, siempre según el DRAE, “quitar la vida a un ser vivo”, abatir viene a expresar, más matizadamente, “hacer caer sin vida a una persona o animal”. Dentro de esta última acepción, conviene reparar en la mayor especificidad del término “animal” respecto a “ser vivo”. De hecho, aunque el DRAE no lo explicite, el verbo abatir es característico del vocabulario cinegético: se “abaten” -con más frecuencia que se “matan”- piezas de caza, ya corran o vuelen, y ello redunda, cómo no, en el crédito del cazador.
Por si todo esto fuera insuficiente a la hora de explicarse la preferencia por el verbo abatir, no viene de más recordar que el DRAE registra como novena acepción de este verbo la de “humillar a alguien”. Advierte el DRAE que se trata de una acepción en desuso, pero yo, la verdad, no lo tengo tan claro.
No pretendo sugerir que los periodistas que emplean el verbo abatir se hayan hecho, ni mucho menos, consideraciones de este tipo. Ya he dicho que me inclino más bien por tomarlo como un automatismo retórico, uno de tantos que, en situaciones como las creadas por los recientes atentados en Cataluña, se activan sin premeditación, inconscientemente cargados de matices ideológicos.
De hecho, los dispositivos retóricos con que periodistas y políticos, pero también ciudadanos comunes y -lo que es más preocupante- intelectuales reaccionan frente a las manifestaciones del terror, conforman una gigantesca panoplia de “estereotipos e ideologuemas” (Ferlosio) cuyo análisis arrojaría un saldo bastante aleccionador, no siempre en el mejor sentido.
Nadie relativiza la tensión ni menos aún la fuerte presión emocional y social a que deben de estar sujetos los agentes dedicados a perseguir a terroristas huidos. Pero las experiencias de los últimos años, tanto en España como fuera de ella, mueven a pensar que, aun en sociedades que reprueban la pena de muerte, tales situaciones promueven una tácita licencia para matar que va más allá del peligro efectivo que la mayor parte de las veces parecen representar los fugitivos acorralados.
No sé si han visto ustedes el escalofriante vídeo que muestra cómo fue “abatido” el “quinto terrorista” de Cambrils. Uno no deja de hacerse preguntas mientras oye, uno detrás de otro, los al menos once disparos que terminan por darle muerte.