Don Quijote en Catalunya
Al menos un par de veces -siempre con motivo de las masivas movilizaciones que vienen celebrándose en Barcelona desde el año 2010- he reflexionado por escrito sobre el papel que en todo este asunto del soberanismo me parece que desempeña un factor sin duda subjetivo pero no por ello irrelevante: el sentimiento que muchos tienen de “hacer” Historia, de estar protagonizando “una página de la Historia”. Les hablé de esto, hace ahora cuatro años, en una columna titulada, precisamente, “Protagonistas”. En ella citaba estas palabras de V.S. Naipaul: “Creo que después de Marx la gente es muy consciente de la Historia... La gente se ve a sí misma interpretando un papel... Esto resulta tan peligroso como no tener ninguna visión de la Historia. Envanece mucho a las personas”.
No pretendo frivolizar la cuestión, pero sí insistir en la importancia que atribuyo a este sentimiento de estar “haciendo” Historia como levadura del sentimiento nacionalista que exacerbaron los recortes impuestos por el Tribunal Constitucional al Estatut de Catalunya votado en 2006. Estoy convencido de que la espectacular escenografía que supuso la gran manifestación de julio de 2010 en repulsa de la sentencia del TC, mimetizada y mejorada luego por las sucesivas “diadas” tan eficazmente organizadas por la ANC (Asamblea Nacional Catalana), brindaron al soberanismo un espejo en el que multiplicarse y cobrar conciencia de la dimensión “histórica” de su impulso.
En unos tiempos en que quien más quien menos, móvil en mano, se ha convertido en reportero de no sólo propia vida, sino también de su propio tiempo y circunstancia, es difícil resistirse a la fascinación que supone formar parte de un movimiento, de un hecho “realmente” histórico. Si ya una victoria de fútbol o la visita del Papa o un acto terrorista procuran ese sentimiento de estar viviendo un acontecimiento “histórico”, ¿cuánto más no lo exaltará algo tan desusado como asistir en primer plano al “nacimiento de una nación”?
El pasado 11 de septiembre, en Barcelona, mucho antes de la hora en que estaba convocada la gran manifestación de la Diada, las calles bullían repletas de gente que almorzaba sobre las aceras, hacía ondear banderas y acechaba las cámaras de televisión que, desde las grúas instaladas para la ocasión, se disponían a documentar, a ojos del mundo entero, lo que ya estaba prescrito que fuera una jornada “histórica”.
Nadie ha acertado a meditar sobre la Historia y a condenar sus “dictados” como Rafael Sánchez Ferlosio, quien a este propósito recordaba aquel feliz pasaje del Quijote en que el caballero, saliendo por primera vez de su casa, a la aventura, va leyendo con la imaginación y “como en profecía” lo que de aquel mismo momento dirá la narración de sus hazañas:
“Yendo pues, caminando nuestro flamante caballero -escribe Cervantes-, iba hablando consigo mesmo y diciendo:
“-¿Quién duda sino que en los venideros tiempos, cuando salga a la luz la verdadera historia de mis famosos hechos, que el sabio que los escribiere no ponga, cuando llegue a contar esta mi primera salida tan de mañana, desta manera?: ‘Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora... cuando el famoso caballero Don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, subió sobre su famoso caballo Rocinante, y comenzó a caminar por el antiguo conocido campo de Montiel'”... (capítulo II).
No puedo dejar de imaginarme a Puigdemont y Junqueras, y mucho antes a Artur Mas, como también a no pocos de los centenares de miles de ciudadanos catalanes que se concentraron días atrás en las soleadas calles de Barcelona para reclamar la celebración del referéndum, a despecho de toda amenaza y de todo imposible, no puedo dejar de imaginármelos, digo -y me parece algo sustancial para comprender tanto tesón y entusiasmo, tanta contumacia-, como Don Quijote en esa su primera salida, ganosos de liarla, diciéndose tan pimpantes para sus adentros aquello de: “Dichosa edad y siglo dichoso aquel donde saldrán a la luz las famosas hazañas mías...”.